XV DOMINGO DURANTE EL AÑO Ciclo C (14/07/19)

Deut 30, 9-14; Sal 68, 14. 17. 30-31. 36-37; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37

  1. Ayudar al olvidado, evangelio en acción

El mensaje del libro del Deuteronomio dice que la Palabra está muy cerca de nosotros para que la practiquemos, no debe quedar en un simple conocimiento, sino que debería ser un mensaje que transforme nuestra vida y nos lleve a amar con gestos concretos, sin tantos discursos. Este es el proceso que Dios espera que se dé en toda persona, no quiere ser una referencia lejana, sino hacerse presente y movilizar nuestra conducta, poniendo como uno de los ejes principales de ese movimiento, el amor al prójimo; porque si no damos una mano al que vemos concretamente, desvirtuamos nuestra relación con Él.

Pero sabemos que esa “práctica” no siempre es evidente, hasta podríamos decir que tenemos la tendencia a realizar disertaciones genéricas que no comprometen a nadie, expresiones alejadas de lo que pasa en la realidad de todos los días y no tienen una intención clara de “hacerse cargo” para dar respuestas, más bien, nos distraen en otras cuestiones.

Basta escuchar algunos discursos de campaña para darnos cuenta con claridad, que no se plantean respuestas a las necesidades que tenemos hoy, o bien, se usan slogans que quedan muy lindos, pero que están lejos de diseñar soluciones.

¿Cuántos años venimos escuchando que la política social va a convertirse en el eje de las acciones de un gobierno, sin embargo, cada vez hay más pobres? ¿Cuántas expresiones que oímos quedan en ideas y no se transforman en un programa de acción, para buscar una salida a una problemática determinada (salud, educación)? Y así podríamos preguntarnos sobre muchos temas más, sin respuestas definidas.

En la Iglesia no estamos exentos de caer en este error, llamativamente, hay un riesgo de incorporar una espiritualidad alejada del compromiso con la realidad, que convierte a las personas en indolentes ante el pobre, olvidado o excluido. Siempre está cerca el individualismo espiritual que nos aleja de los demás y nos hace tremendamente egoístas; o la otra tendencia, elucubrar sobre temas religiosos que nos llevan a una “abstracción” de lo que pasa, sin la consideración de asumir convenientemente lo que corresponde.

Obviamente, ¡necesitamos un estilo de vida cristiana muy distinto!, porque la propuesta cristiana es ejercicio, práctica, acción concreta; bien ya lo expresaba el libro del Deuteronomio: “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que digas:

“¿Quién subirá por nosotros al cielo y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en práctica? (…). No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques.” Nadie debe dispensarse de esto, porque si la Palabra obra en nosotros, da muchos frutos para edificar la vida de los demás, y no vuelve estéril a Dios.

Jesús da un paso definitivo a esa práctica, pone a los mandamientos en la dirección del amor al prójimo, especialmente al que está excluido; podemos decir con seguridad, el amor a Dios se verifica en la misericordia con el pobre. La parábola de Buen Samaritano es una expresión elocuente de ese deseo de Dios, es al prójimo caído, a quien de manera especial hay que ayudar, y esa actitud, es un modo eminente de asimilar su enseñanza. Recordemos lo que se instruye que debemos hacer:

“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’.” No hay mucho que explicar, sólo queda “practicar”; es por eso que se nos aconseja en las últimas palabras de Evangelio: “Ve, y procede tú de la misma manera.”

¿Cuánto hemos incorporado en nuestro estilo de vida la conducta del samaritano, estar cerca del que está “tirado en la calle”, ayudar a sanar sus heridas y aportar económicamente para ese fin?

  1. Pasar de las ideas al programa de acción

El mensaje de hoy no nos deja dudas respecto a la orientación de nuestra experiencia cristiana, nos invita a dar de nosotros para el bien de los demás, porque sigue la exigencia de la caridad que nos impulsa a ello y busca hacer algo para cambiar lo que no está bien. Hoy se valora mucho cuando la ideas o pensamientos se transforman en un programa de acción; en esa línea, Francisco valora la tarea de muchos jóvenes, que también incluye a muchos adultos:

“Hoy, gracias a Dios, los grupos de jóvenes en parroquias, colegios, movimientos o grupos universitarios suelen salir a acompañar ancianos y enfermos, o visitan barrios pobres, o salen juntos a auxiliar a los indigentes en las llamadas ‘noches de la caridad’. Con frecuencia ellos reconocen que en estas tareas es más lo que reciben que lo que dan, porque se aprende y se madura mucho cuando uno se atreve a tomar contacto con el sufrimiento de los otros.

Además, en los pobres hay una sabiduría oculta, y ellos, con palabras simples, pueden ayudarnos a descubrir valores que no vemos” (Christus Vivit, 171). Colaboremos todos y recemos para que muchos se transformen en “samaritanas”, atentos al que sufre, organizados para dar respuestas a las necesidades de hoy, con espíritu joven para salir con prontitud, creatividad y mucha caridad, para estar muy cerca del que esta caído, socorriendo y acompañando. ¡Vuelvo a insistir!, nuestra espiritualidad y el modo de rezar, nos tienen que llevar de la idea al programa de acción, ¡no se puede asimilar auténticamente el Evangelio de otro modo!

Como lo expresé más arriba, esto se relaciona directamente con las políticas públicas, no tienen que quedar en el discurso y en las promesas de campaña, sino traducirse en una acción concreta con los pasos a desarrollar para intervenir en la realidad y hacerla mejor, y con un presupuesto que financie lo que corresponde. ¡Como el Samaritano de texto de hoy!, comprometerse hasta cambiar el destino de las personas, sacándolas de aquello que las aflige y excluye.

  • “Samaritanos”, también en la casa

También, no podemos dejar de preguntarnos, cómo expresamos en la propia familia todo esto que reflexionamos, porque es ahí donde tenemos que aprender a estar cerca de aquel que no anda bien. En lo cotidiano de la vida, es donde debemos realizar gestos concretos que expresen ese amor que edifica al otro.

En la familia siempre hay alguien más frágil y con más necesidades, y muchas veces no recibe la ayuda conveniente de su propio entorno afectivo; entre tantos motivos que podríamos considerar, está el hecho de no poner atención y no conocer más a fondo la realidad del que sufre.

¡Qué importante es saber acercarnos para escuchar lo que le pasa al que vive con nosotros!, dar palabras de aliento que consuelen y den fuerzas para seguir adelante, ayudar económicamente cuando está pasando por algún apremio.

¿De qué manera vivimos el amor solidario en nuestras propias familias?

¡Aprendamos todos los días, a comportarnos como “samaritanos” con lo demás!

 

Pbro. Alberto Fogar

Párroco Iglesia Catedral

(Resistencia)


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