Por Vidal Mario - El 12 de mayo, se cumplieron 18 años de la muerte de Claudio Ramiro Mendoza, cuyo comportamiento como legislador hizo que la Honorable Cámara de Diputados de la Nación realmente merezca el calificativo de honorable.

Fue Fundador y presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Garantías de la Cámara de Diputados de la Nación.

Marcó el camino para que se concretara ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la adhesión de la Argentina a la Convención Sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad.

Eso coincidió con la anulación de las leyes de punto final y de obediencia debida del presidente Néstor Kirchner, decisión en la que Claudio Ramiro Mendoza también hizo escuchar su voz.

Gestor de la historia de Napalpí

Recuerdo cuando un día de principios de 1994 me citó en el ex “Bar La Estrella”, para entregarme copia de un proyecto de ley que había redactado basándose en antiguos datos que le pasaron empleados del Archivo del Congreso Nacional.

Dicho proyecto (que después fue aprobado por unanimidad) proponía establecer el 19 de julio de cada año como “Día de los Derechos de las Poblaciones Aborígenes Argentinas”.

Ello, por algo trágico que había ocurrido en la Reducción de Napalpí el 19 de julio de 1924.

Rescatando “diarios de la época y denuncias formuladas por los diputados nacionales en sesión de esta Honorable Cámara ese año 1924”, los considerandos de su proyecto señalaban:

“El ataque terminó en una matanza, en la más horrenda masacre que recuerda la historia de las culturas indígenas en el presente siglo. Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que en los toldos no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido. Los heridos fueron degollados, los esfínteres de algunos de ellos fueron colgados en palos. Entre hombres, mujeres y niños fueron muertos alrededor de doscientos aborígenes y algunos campesinos blancos que también se habían sumado al movimiento huelguista aborigen”.

El domingo siguiente publiqué esa historia en el diario “Norte” de Resistencia, historia que cuatro años después, en 1998, dio vida a mi libro Napalpí, la herida abierta.

Recuerdo también la fría noche del 23 de julio de 1994, cuando centenares de aborígenes llegaron a Resistencia para una “Marcha de las Antorchas” realizada en la plaza central.

Dicha concentración fue en memoria de los caídos en la masacre de Napalpí y en repudio al sangriento atentado a la AMIA que se había producido cinco días antes.

Claudio Mendoza, el también legislador nacional Juan Carlos Ayala, y yo, participamos de esa manifestación.

Un médico ejemplar

Fue, por otra parte, un médico ejemplar. Tanto que luego de su fallecimiento se impuso su nombre a una de las salas del Hospital Perrando, donde trabajó y donde murió.

Tal acto fue un justo tributo para ese hombre, que también era un apasionado profesional de la medicina.

Su currículum y sus pergaminos médicos aparecían cargados de jugosas anécdotas.

Una de ellas señala que en diciembre de 1991 se produjo en Salta un serio brote de cólera, por lo que el entonces ministro de Salud de la Nación fue a informar de ello al Congreso.

En la oportunidad, uno de los legisladores nacionales por el Chaco pidió la palabra y dio una clase magistral sobre el problema.

Tanto sus pares como los periodistas parlamentarios se preguntaban quién era ese diputado que explicaba con tamaña autoridad científica los problemas del cólera.

Ese legislador era Claudio Ramiro Mendoza, secretario de la Comisión de Salud Pública del Congreso Nacional.

No le era extraño el problema: sus años de médico rural varias veces lo había colocado cara a cara con los estragos de esa enfermedad.

Sus primeros pasos como médico, título obtenido en la Universidad Nacional del Nordeste, los dio en Puerto Vilelas, durante las inundaciones que en 1983 arrasaron con esa población.

“En los galpones de TAMET palpé el rostro horrible de la tuberculosis, la diarrea y las enfermedades de la pobreza”, recordó años después.

También llevó tierra adentro su arte de curar para ponerlo al servicio de los aborígenes de Colonia India Muerta y de otros asentamientos indígenas del interior chaqueño.

Durante un homenaje que le tributó la Cámara de Diputados (un mes antes de su muerte) recordó no solamente esos tiempos de médico rural, sino también su etapa de legislador.

“Tuve la suerte de abrazar dos formas superiores de amor al prójimo: la medicina y la política”, terminó diciendo.


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