Por Vidal Mario(*)

Hay dos clases de Semana Santa: la de la fe, que es la que se vive en estos días, y la de la historia. Son muy distintas y no tienen nada que ver la una con la otra.

El relato de la Semana Santa que se relata en los evangelios no fue obra de periodistas, historiadores, escribas o investigadores sino de predicadores y misioneros que a falta de documentaciones dijeron haber sido “inspirados por Dios”.

Mateo, Marcos, Lucas y Juan no pretendían con sus escritos dar clases de historia sino difundir una nueva creencia religiosa ante un público muy diverso.

Sus escritos estaban dirigidos a creyentes que necesitaban reforzar su fe, a judíos cuyas fe había que transformar y a gentiles a quienes había que convencer.

Si había que mentir, se justificaba. “Si con mi mentira la verdad de Dios sale ganando, para gloria suya, ¿por qué voy a ser condenado como pecador?” se pregunta Pablo en Romanos 3:7.

Los cuatro conocidos evangelios son clara y definitivamente libros de fe, no de historia.

Por eso abundan en sus páginas fantásticas y fantasiosas leyendas como ésta, referida a una legión de muertos-vivos de los cuales solamente Mateo habla:

“Inmediatamente el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron, y saliendo de las tumbas entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a mucha gente” (Mateo 27:51-53).

Un libro de historia jamás podría consignar como hecho histórico una leyenda tan absurda como la de esos muertos saliendo de sus tumbas y entrando en  tropel a Jerusalén.

Otra notable circunstancia observada en las Escrituras es que los apóstoles no creyeron en la resurrección de Jesús, que el mundo cristiano celebra éste domingo.

Cuenta Lucas 24:11 que la novedad les fue acercada por unas mujeres pero que “a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron”. Marcos 16:11 dice que cuando María Magdalena vino a decirles que Jesús estaba vivo y que había estado con él “no le creyeron”.

Si tomamos por cierto que Jesús les había avisado que lo matarían pero que resucitaría, que al morir una densa oscuridad se abatió Palestina, que un terremoto partió las rocas de las montañas y que hasta las tumbas de los cementerios se abrieron para que los muertos pudieran salir y entrar a Jerusalén, ¿cómo se explica que sus fieles discípulos no creyeran en su resurrección?.

Una celebración lunar

En el Concilio de Nicea que se realizó en el año 325 se determinó que la Pascua sea celebrada siempre en domingo, y que nunca coincida con la Pascua judía.

La Semana Santa a veces cae en marzo y otras en abril. Ello es así porque se trata de una celebración que no depende de una fecha histórica sino del calendario lunar. Dicho de otro modo, aunque a algunos les cueste creer, depende de la astrología.

La fecha de celebración de la Pascua era calculada por la Iglesia católica alejandrina, de Egipto. Ésta la comunicaba a Roma, que a su vez la transmitía a todos sus fieles.

En el año 525 la Iglesia de Roma adoptó oficialmente el método alejandrino de calcular la Pascua.

La Pascua cristiana siempre es el domingo inmediatamente posterior a la primera luna llena tras el equinoccio de marzo.

En cuanto a la Semana Santa, sigue siendo determinada por mediciones astronómicas copiadas de antiguos sistemas paganos. Por esa antigua manera astrológica de calcularla es que su celebración sigue produciéndose entre el 22 de marzo y el 25 de abril como máximo.

Responsabilidad romana, no judía

Siempre se supo que fueron los romanos y no los judíos los que crucificaron a Jesús.

La orden de detención partió de un gobernador romano, lo apresó un piquete romano, lo juzgaron y sentenciaron según las leyes romanas porque lo consideraban un peligro para la seguridad del Estado romano, y fue clavado en una cruz, que era un instrumento de muerte romano, por soldados romanos.

Trescientos años después, con la fundación de la Iglesia Católica Apostólica Romana se les echó la culpa a los judíos. Es que el cristianismo ya era “romano” y no podían seguir diciendo que los romanos fueron los responsables.

Así que en un acto criminal en todo sentido pasaron la culpa a los judíos. Para ello hasta manipularon las Escrituras introduciendo textos en tal sentido, especialmente en las cartas que se dice que fueron escritas por Pedro y Pablo.

El cargo de deicidas condujo a generaciones enteras a creer que los judíos habían matado a Dios.

Tal acusación desató un sentimiento que, además de contradecir las enseñanzas del Jesús, durante los siguientes mil setecientos años le hizo mucho daño a esa comunidad.

¿Todo ocurrió en pocas horas?

Según los Evangelios, que no son fuentes jurídicas ni históricas sino libros de religión, a Jesús lo apresaron la noche de un día jueves y al día siguiente a las 9, o sea a las pocas horas, ya estaba en la cruz. Técnicamente, esto es imposible.

Después de su captura, Jesús fue llevado al Sanedrín, interrogado por los 71 miembros de éste cuerpo, enviado a Pilato, enjuiciado por Pilato, enviado a Herodes, interrogado por Herodes, devuelto a Pilato, vuelto a ser enjuiciado por éste, para luego ser condenado y llevado a pie hasta el Gólgota.

No es posible que toda esta cantidad de pasos se haya dado en tan pocas horas, durante la noche y madrugada del jueves y parte de la mañana del viernes.

El derecho romano, que aún se enseña en las universidades y bajo cuyas reglas fue enjuiciado, no funcionaba así. Había un juez, había defensores y ya existía el derecho a apelar. El juicio contra el prisionero político Jesús bajo cargo de ser un peligro para la seguridad de Roma en realidad duró varios días.

 Jesús, Dios a la fuerza

Algún teólogo debería explicar por qué 217 obispos reunidos en el Concilio de Nicea en el año 325 decidieron que Jesús es Dios cuando ni siquiera en los Evangelios hay prueba alguna de que él haya pretendido ser venerado como Dios.

Por 217 votos a favor y 3 en contra, en ese Concilio convocado por el emperador Constantino quedó establecida para siempre la figura de Jesús-Dios. Algo que el Maestro, humilde entre los humildes, hubiera rechazado rotundamente.

La decisión que convirtió a Jesús en Dios igual a Dios provocó un terremoto en el catolicismo. Quienes sostenían que Jesús era hijo de Dios pero no Dios se fueron de la Iglesia.

Como126 años después de Nicea la discusión seguía, en el año 451 el emperador Marciano y el papa san León pusieron punto final al pleito con otro Concilio.

Éste deliberó en Calcedonia, cerca de Constantinopla, donde 680 obispos se juntaron en la basílica de Santa Eufemia para confirmar que Jesús es Dios como su Padre.

Desde entonces la figura de ese admirable místico está rodeada de mitos y de leyendas. Dicen de él que luego de muerto descendió a los infiernos, que al tercer día resucitó, que subió a los cielos, que está sentado en un trono ubicado a la derecha de su Padre, y que pronto vendrá a juzgar a vivos y muertos.

Nada de esto es real y nada tiene que ver con el verdadero, extraordinario, Jesús de la historia.

(*) Escritor-Historiador


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