La acción transformadora al estilo Jesús

La segunda lectura de hoy, la carta de san Pablo a los Colosenses, comienza dando gracias al Padre por todo lo que hemos recibido, por medio de su hijo Jesús. Esta proclamación resulta inspiradora y alentadora en el cambio que Dios quiere producir en nuestra historia personal y social, y suscitar la esperanza para ser constructores de un futuro mejor. Repasemos el fragmento: “Demos gracias al Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la herencia luminosa de los santos. Porque Él nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados”.

Con esta presencia de Jesús, Señor de la historia, ya no hay lugar a la desesperanza, él la conduce y es en quien ponemos toda la confianza. Él es la expresión más elocuente de la misericordia, a la que estamos invitados a apreciar, recibir y compartir. Por esto, promovemos el gobierno de Jesús en el mundo no desde el poder mezquino, autoritario y explotador, sino desde el servicio a las personas para ayudarles a forjar lo nuevo y a renovar toda la creación. ¿Valoramos la presencia de Jesús en la historia de la humanidad, como proceso para una humanización más plena y para transformarla con los valores que él nos comunicó?

Un testimonio muy claro de la vocación de servicio generoso de Jesús, es la escena con el buen ladrón, nos expresa el Evangelio de hoy: “Y decía: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino’. Jesús le dijo: ‘En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso’”. ¡Esta es la manera como Dios se hace presente para guiar la historia!, salvando, perdonando, fortaleciendo, animando, ayudando, liberando. ¡Acá se ve la fuerza de la renovación que aporta Jesús!, en la capacidad de brindarnos con generosidad al servicio de los demás. El señorío de Jesús es la globalización del amor magnánimo y solidario, y así, ganarle cada vez más espacio al egoísmo y a la avaricia, que quieren enseñorearse del mundo.

Para comprender mejor esta dinámica de cambio en la historia, recordemos lo que decíamos en los domingos anteriores en referencia a Jesús: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto” (Evangelii Gaudium, 276).

Me parece muy positivo este texto, para iluminar los tiempos que vivimos y para no desalentarnos en medio de la realidad actual, marcada por muchos reclamos, necesidades, incertidumbre y confusión. Porque “en un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse” (Ibíd.). Esto nos compromete a hacer presente cada vez más, este estilo de gobierno y orientación de la humanidad, el que se hace desde la cercanía empática a cada persona, la entrega personal y despojada de lo autorreferencial, y no con la prepotencia que avasalla a los demás, sino desde la humildad que respeta a todos, de modo particular a los más desprotegidos y excluidos. ¡No perdamos la esperanza para que el testimonio de entrega personal de Jesús, sea nuestro estilo de vida!, ¡no nos escandalicemos de su enseñanza!

2. Ambientes que requieren la presencia de Jesús

Vivimos momentos agitados en Latinoamérica, principalmente en los países de Chile y Bolivia. Las noticias que recibimos nos refieren situaciones muy dramáticas y dolorosas, los enfrentamientos entre hermanos está llegando a niveles preocupantes y no se avizora una pronta resolución de esas cuestiones. Sabemos que la pobreza en sentido amplio golpea a toda la región, con todas las consecuencias que nos podríamos imaginar; a esto se suma, la situación de violencia e inestabilidad institucional, lo cual significa el deterioro de las bases para establecer acciones, en orden a lograr un entendimiento entre los actores principales de esos países.

Para encaminar esta cuestión, no se puede dejar de lado la escucha receptiva de los reclamos de todos los ciudadanos, porque sabemos que la paz no se puede alcanzar sin la vigencia de la justicia, la equidad y respeto a toda persona.

Ante ese panorama, viene bien que nos dejemos iluminar por el texto de la carta a los Colosenses, nos dice: “Porque en él (Cristo) quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.  En todo proceso de paz hay que recurrir a aquel que es Señor de la historia, el que tiene poder para reconciliar a todos, por más graves que sean las situaciones de violencia.

Sabemos que a los seres humanos nos cuesta entendernos y llegar a puntos de acuerdos, por eso, necesitamos la acción de Dios para que nos ayude a reflexionar y a tener mayor sensatez, a dejar de lado los intereses mezquinos y corporativos, y a pensar en términos de todos; y, sobre todo, a reconocer a los demás como hermanos con quienes podemos ponernos de acuerdo y trabajar juntos.

Ante esta situación, ¿Qué lugar ocupan las enseñanzas de Jesús, para orientar la historia de estas sociedades en estos momentos difíciles?

“La Iglesia proclama ‘el evangelio de la paz’ (Ef 6,15) y está abierta a la colaboración con todas las autoridades nacionales e internacionales para cuidar este bien universal tan grande. Al anunciar a Jesucristo, que es la paz en persona (cf. Ef 2,14), la nueva evangelización anima a todo bautizado a ser instrumento de pacificación y testimonio creíble de una vida reconciliada. Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones (…). Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural” (Evangelii Gaudium, 239).

Para terminar, podemos meditar esta plegaria que reconoce la presencia de Dios, como artífice de la reconciliación para lograr acuerdos: “Pues en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, sabemos que tú (Dios) diriges los ánimos para que se dispongan a la reconciliación. Por tu Espíritu mueves los corazones de los hombres para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano, y los pueblos busquen la concordia. Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor, que el amor venza al odio, la venganza deje paso a la indulgencia, y la discordia se convierta en amor mutuo”.

¡No dudemos en ningún momento del poder de Jesús, para renovar la historia!

Presbítero Alberto Fogar

 Párroco Iglesia Catedral  (Resistencia)


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