La aurora polar, también conocida como aurora polaris, es un fenómeno que se manifiesta como una luminiscencia observable con mayor facilidad en el cielo nocturno, típicamente en regiones polares, aunque puede manifestarse en otras partes del mundo durante breves periodos.

En el hemisferio sur se la denomina aurora austral, mientras que en el hemisferio norte se la conoce como aurora boreal, denominaciones que provienen de Aurora, la diosa romana del amanecer, la palabra latina Auster, que significa sur, y la palabra griega Bóreas, que significa norte.

Las auroras son el producto de alteraciones en la magnetósfera causadas por el viento solar. Las perturbaciones principales se deben a incrementos en la velocidad del viento solar, lo que modifican las trayectorias de partículas como electrones y protones.

La ionización resultante y la excitación de los constituyentes atmosféricos emiten una luz de color y complejidad variables. La forma de la aurora, que se produce en bandas alrededor de ambas regiones polares, también depende de la cantidad de aceleración impartida a las partículas precipitantes.

La mayoría de los planetas del sistema solar, algunos satélites naturales, enanas marrones e incluso cometas también presentan auroras.

Origen de las auroras

Una aurora se produce cuando las partículas solares cargadas eléctricamente (generadas por el viento solar) chocan con la magnetosfera de la Tierra.

Esta “esfera” que nos rodea obedece al campo magnético generado por el núcleo de la Tierra, y está formada por líneas invisibles que parten de los dos polos, como en un imán.

Además existen fenómenos muy energéticos, como las fulguraciones o las eyecciones de masa coronal que incrementan la intensidad del viento solar.

El Sol, situado a 150 millones de kilómetros de la Tierra, emite continuamente un flujo de partículas denominado viento solar. La temperatura de la corona solar alcanza temperaturas de hasta tres millones de grados.

Al ser mayor la presión en la superficie del Sol que la del espacio que le rodea, las partículas cargadas que se encuentran en la atmósfera del Sol tienden a escapar y son aceleradas y canalizadas por el campo magnético, alcanzando la órbita de otros cuerpos de gran tamaño como la Tierra.


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