A lo largo de la compleja, embrollada y tortuosa historia pontificia del Vaticano, catorce papas adoptaron el nombre León, asociado al poder, la sabiduría y la fuerza. Hace 1585 años, abrió el camino León I “El Magno”, quien reinó desde el año 440 hasta el año 461. Por las huellas que dejaron, recordaré seguidamente a cinco de esos “leones”.
Lucha a muerte contra los herejes
El primer pontífice con este nombre fue León el Magno a quien después hicieron santo con festividades el 10 de noviembre en occidente y 18 de febrero en oriente.
Le tocó en suerte librar una guerra literalmente a muerte contra la herejía y, según dicen de él, enfrentó el mismísimo Atila y al rey de los vándalos, Genserico.
La Iglesia relata de la manera que sigue las peripecias del primer León del Vaticano:
“En aquel tiempo muchos herejes maniqueos, donatistas, arrianos y priscilianistas inficionaban la Iglesia del Señor, y en Oriente las herejías de Nestorio, de Eutiques y Dióscoro procuraban turbar y oscurecer la fe católica: más el santo pontífice arrancó estas malezas del campo de la Iglesia desterrando a los maniqueos de toda la cristiandad y condenando al hereje Juliano, cabeza de los pelagianos (el cual murió de mala muerte en país remoto), y convenciendo a los priscilianistas de España con las epístolas que envió a los obispos españoles.
Y para acabar de una vez por todas con los errores y herejías de Oriente, procuró con gran fuerza y eficacia que se celebrase el concilio Calcedonense, en el cual hubo seiscientos y treinta obispos, y que estando presentes sus legados fuesen condenados en él Eutiques y Dióscoro, y establecida la santa fe católica.
En tiempo de San León, por los pecados del mundo hubo grandes calamidades porque Atila, rey de los hunos, que se llamaba Azote de Dios, entrando ya por Italia, arruinando y abrasando todo lo que hallaba, determinó con su ejército copiosísimo acometer a Roma, destruirla, y hacerse señor de Italia.
Entonces el santo pontífice León, armado de espíritu del cielo, salió al encuentro de Atila, vestido de pontifical, y estando todo el senado de Roma postrado delante del rey bárbaro, le habló con tanta gravedad, prudencia y elocuencia que le persuadió a no pasar adelante, a dejar aquel mal intento, y salir de Italia.
Y cuando algunos años después Genserico, rey de los vándalos, entró en Roma, mandó a ruegos del santo pontífice que no se quemase la ciudad ni matasen a nadie, ni saqueasen las principales iglesias.
Finalmente, después de haber rescatado el santo Papa a muchos cautivos y reparado los templos y dejado con sus muchas y buenas obras muy floreciente la cristiandad, a los setenta años de su vida pasó a recibir la corona inmortal de sus altos merecimientos en la eterna bienaventuranza”.
Un León que no creía en Jesús
Otro que adoptó este nombre fue el acaudalado florentino Giovanni de Lorenzo di Médici, quien a los ocho años se “recibió” de sacerdote y a los 13 ya era cardenal. El 9 de marzo de 1513, con tan sólo 38 años de edad, se convirtió en papa León X.
Para la historiografía católica fue protagonista de “la historia del pontificado más brillante y quizás más peligrosa en la historia de la Iglesia”, pero en realidad fue protagonista de uno de los pontificados más nefastos y corruptos de la historia de la Iglesia.
En 1517, a través de su “Bula de las Indulgencias”, declaró abierto el cielo para cualquiera que pudiese pagar por el perdón de sus pecados, sin importar lo horrendo que hayan sido sus pecados. Parte de los fondos, recaudados a través de la orden de los dominicos, fue destinado a solventar la construcción de la actual Basílica de San Pedro.
Los agustinos, ofendidos porque León no los eligió a ellos sino a los dominicos para recaudar el dinero de las indulgencias, se unieron a Lutero –otro agustino- en su cruzada contra el Papa.
Además de símbolo de la corrupción, León también pasó a la historia por un hecho singular: no creía en Jesucristo.
En un escrito a Pietro Bembo, poeta, cardenal y secretario suyo, le dijo: “Quantum nobis notrisque que ea de Christo fábula profuerit satis est ómnibs seculis notum” (“Desde tiempos inmemoriales es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo”).
El “Papa relámpago”
El siguiente León fue Alessandro Octaviano de Médici, quien asumió con el nombre de León XI. Se lo conoce como “el Papa relámpago” porque, por fallecimiento, su papado apenas duró veintiséis días. Su efímero pontificado le fue suficiente, sin embargo, para crear una red de espías conocida como Santa Alianza.
Otro León bastante conocido fue Annibale Francesco Clemente Melchiorre Girolamo Nicola della Genga. Con el nombre de León XII estuvo sentado en la Silla de Pedro desde 1823 hasta 1829.
Al momento de ser ungido Papa estaba tan enfermo que cuando le informaron sobre su elección les dijo a los cardenales que habían elegido “a un hombre muerto”.
A este Papa le corresponde el dudoso honor de haberse opuesto a los movimientos independentistas de América y a la formación de ejércitos patriotas en cada uno de los países latinoamericanos que luchaban por sacarse de encima el yugo español.
Pensaba que las guerras por la independencia eran contrarias al Derecho natural y la concepción tomista de la política, además de estar llena de herejes que por eso mismo no podían tener buen fin.
Advirtió que la descristianización de Francia durante la Revolución Francesa de 1799 podría repetirse en toda América. En este sentido, proclamó la encíclica “Etsi Liam Diu”, a través de la cual exhortó a los sacerdotes hispanoamericanos y a los fieles en general a seguir siendo obedientes y sumisos a la corona española.
Un cuaderno en blanco
Desde 1878 hasta 1903 el mundo católico tuvo como pontífice a Gioacchino Vincenzo Raffaele Luiggi Pecci, es decir a León XIII.
Durante los veinticinco de su pontificado, procuró acercar a la Iglesia a las realidades del creciente problema obrero. En 1891, dio a conocer su encíclica “Rerum Novarum” (Acerca de las cosas nuevas) en la que deploraba la opresión y la virtual esclavitud de millones de pobres por parte de “un puñado de gente muy rica”.
Pidió salarios justos para todos los trabajadores y también el derecho de los mismos a organizar sindicatos, preferentemente católicos. Sin embargo, con la misma energía rechazó el socialismo por ser “ilusorio y sinónimo de odio y ateísmo”.
Ahora, con el número XIV, hay otro León para el Vaticano, quien hasta hace algunos días era cardenal norteamericano-peruano Robert Francis Prevost. Nada todavía puede decirse de él debido a que como Papa es un cuaderno en blanco.
Él sabrá cómo ir llenando ese cuaderno.