En el puerto de la ciudad brasileña de Salvador, el 30 de noviembre de 1996 se reunió la Conferencia Mundial sobre Misión y Evangelización del Consejo Mundial de Iglesias.
No fue casualidad que eligieran ese puerto para reunirse, porque se trata de un punto que tiene un significado muy especial: siglos atrás, en sus muelles, se vendieron millones de esclavos africanos.
“Este mar reunió sus lágrimas” dijo un sacerdote allí presente al rememorar la triste travesía de los cautivos.
En esa oportunidad, los representantes de diversas iglesias deploraron y hasta pidieron perdón por la colaboración de la cristiandad en el lucrativo, escandaloso, esclavismo.
“Habría que ubicarse en el contexto de la época”, diría algún interesado en explicar lo inexplicable.
Pero la verdad es que a los cristianos de aquel entonces no tenían remordimientos de conciencia por esto. Entendían que la propia Palabra de Dios apoyaba la esclavitud del hombre por el hombre.
Esgrimían, a su favor, pasajes como éste:
“Esclavos, obedezcan a sus patrones con temor y respeto, sin ninguna clase de doblez, como si sirvieran a Cristo, no con una obediencia fingida que trata de agradar a los hombres, sino más bien como servidores de Cristo. Sirvan a sus dueños de buena gana, como si se tratara del Señor y no de los hombres” (Efesios 6: 5-7).
Apoyándose en Colosenses 3: 24, sostenían que los esclavos en realidad eran “herederos del Señor”.
Objetivo: Salvar almas perdidas
Realmente, en aquellos tiempos medievales eran pocos los que cuestionaban que fuese ético esclavizar prisioneros de guerra, sobre todo si, a ojos de la Iglesia, los mismos eran “infieles”.
El problema ético que en determinado momento se les presentó era que los negros no eran prisioneros de guerra. Eran personas capturadas y esclavizadas en tiempo de paz.
Así que era necesario encontrar justificación religiosa para el lucrativo comercio de esclavos negros.
Además del respaldo que creyeron ver en los citados pasajes bíblicos, alegaron que la esclavización de africanos era muy necesaria para “salvar almas perdidas”,
Se trataba, decían, de rescatarlos del paganismo, teoría apoyada por algunos clérigos que manifestaban ser “adeptos acérrimos” de la esclavitud como camino para salvar almas.
En este sentido, el 8 de enero de 1455 el propio papa Nicolás V emitió la bula “Romanus Pontifex” con la que dio respaldo eclesiástico al cada vez floreciente comercio de esclavos.
En 1441, el navegante portugués Antao Goncalvez trajo a Portugal el primer embarque de esclavos capturados en África.
Sesenta años después (1500) se produjo el descubrimiento oficial del Brasil y, con el establecimiento de los colonizadores portugueses, a lo largo y ancho de ese país la esclavitud se propagó como un reguero de pólvora.
La teología de la esclavitud
En 1549 llegaron al Brasil los jesuitas, quienes se escandalizaron al ver que casi toda la fuerza laboral en las haciendas y plantaciones de caña la sostenían personas capturadas y traídas de manera ilegal.
El superior de los jesuitas, Manuel de Nobrega, escribió en 1550: “La mayor parte de los hombres tenía la conciencia pesada por causa de los esclavos que poseía”. Pero estaba claro que su turbia conciencia no hacía mella en los terratenientes.
Pero al poco tiempo de llegar los jesuitas brasileños se enfrentaron con este problema: la escasez de fondos para llevar adelante sus proyectadas obras de caridad.
La idea original era trabajar las tierras que el gobierno les había cedido para, con las ganancias obtenidas de los productos, financiar sus actividades religiosas.
Pero la cuestión era: ¿quién va a trabajar las tierras? Los jesuitas, seguros que no. Así que tenían que ser los esclavos.
“La solución creaba escrúpulos de naturaleza moral, que el superior de Brasil decidió obviar”, escribió el historiador portugués Jorge Couto.
De modo que los jesuitas, a quienes al principio tanto escandalizaba la esclavitud, terminaron sumándose a los terratenientes que reclamaban más esclavos africanos.
Así fue como, en Brasil, con el beneplácito eclesiástico, la importación de esclavos llegó a límites insospechados. El país llegó a depender casi exclusivamente de la trata de esclavos.
En 1768, la propia hacienda jesuítica de Santa Cruz (en el actual estado de Río de Janeiro) tenía 1.205 esclavos.
A semejanza de los jesuitas, los benedictinos y los carmelitas también adquirieron grandes propiedades y esclavos.
“Los monasterios están repletos de esclavos”, se lamentó el abolicionista brasileño Joaquim Nabuco.
En resumen: los negros fueron los ladrillos utilizados para la construcción del Brasil.