A más de un año de decretada la pandemia por coronavirus en todo el mundo, las enfermedades que preocupaban a la comunidad médica desde antes que existiera el COVID-19 no sólo fueron desatendidas sino que, además, se incrementaron. Una de ellas, por no decir “la” afección por excelencia que más crece en el mundo y menos políticas sanitarias recibe -y que por cierto predispone a innumerables problemas de salud- es la obesidad.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es una pandemia de tipo no infeccioso, causante, antes del aislamiento, de 2,8 millones de muertes anuales por enfermedades relacionadas. Así como la obesidad es un factor de riesgo para otras enfermedades, la realidad actual y los meses transcurridos en cuarentena agravaron esta pandemia escondida. En nuestro país, los resultados de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud realizadas por el Ministerio de Salud de la Nación, muestran que actualmente más del 41% de los niños, niñas y adolescentes en la Argentina tienen problemas de sobrepreso u obesidad. Además, Argentina es uno de los 20 países en el mundo que, según las proyecciones de Unicef, en el año 2030 podría superar los 2 millones de niños, niñas y adolescentes con elevados índices de masa corporal.

Aun así, no todas son malas noticias para los jóvenes que la padecen. Recientemente, se aprobó en nuestro país la indicación del uso de liraglutida para el descenso de peso en personas a partir de los 12 años de edad con obesidad en combinación con una nutrición saludable y mayor actividad física. “Esta medicación ya estaba disponible desde 2018 en nuestro país para su uso en adultos, desde los 18 años, pero ahora recibió esta nueva autorización para ser indicada en adolescentes, un grupo en el cual son escasas las herramientas para abordar una enfermedad tan compleja como la obesidad. Existía una clara necesidad de mejores estrategias terapéuticas”, sostuvo el doctor Enrique Berner, médico pediatra, Jefe del Servicio de Adolescencia del Hospital Cosme Argerich.

La liraglutida es un análogo del péptido-1 similar al glucagón, que tiene un 97% de similitud con el GLP-1 humano, que es una hormona que el organismo produce y libera en el intestino ante la ingesta de alimentos y actúa sobre los receptores del cerebro que controlan el apetito y la saciedad.

“En personas con sobrepeso y obesidad, la administración de este análogo del GLP-1 que se administra en forma inyectable mediante una lapicera prellenada mimetiza el mecanismo natural que se produce en el cuerpo humano, promoviendo más saciedad y control del apetito, lo que resulta en una menor ingesta de alimentos y la consecuente pérdida de peso”, explicó la doctora Miriam Tonietti, presidente de la Sociedad Argentina de Nutrición.

En los últimos 20 años, la prevalencia global de obesidad en niños y adolescentes se duplicó pasando de 1 en 10 a 1 en 5; más de 124 millones de niños y adolescentes tienen obesidad en el mundo y se calcula que hasta el 90% de los adolescentes con obesidad posee altas chances de perpetuar su enfermedad en la adultez, con riesgo aumentado de desarrollar antes de tiempo complicaciones asociadas al exceso de peso, tales como enfermedad cardiovascular o diabetes tipo 2. Existe evidencia de que cuando ambos padres presentan exceso de peso, cerca del 80% de los hijos desarrollan obesidad.

“Esta realidad hace necesario un abordaje, desde las etapas más tempranas, del cuidado del peso corporal y esta medicación puede contribuir al manejo de la obesidad en el marco de un programa integral y personalizado. Erróneamente, suele asociarse a la obesidad con la falta de voluntad, pero en realidad es una enfermedad crónica, progresiva y multicausal, en cuyo desarrollo intervienen mecanismos biológicos y hormonales, la genética, lo conductual, el estilo de vida, el entorno, aspectos socioeconómicos y el manejo de emociones. Es un desafío abordarla en forma integral y a largo plazo para que la persona logre bajar de peso, alcanzar un peso saludable y sostenerlo en el tiempo”, agregó el doctor Berner.

La obesidad está asociada al desarrollo de más de 60 condiciones de salud potencialmente severas. Además, hoy se sabe que incrementa el riesgo de complicaciones por COVID-19, incluyendo la necesidad de hospitalizarse. “El tratamiento de la obesidad requiere del soporte familiar en su conjunto, así como también la participación de un equipo multidisciplinario de salud, pero, sin lugar a dudas, si van a utilizarse medicamentos de prescripción, se requiere que estos sean indicados por un médico que haga luego un seguimiento del paciente en el tiempo”, subrayó la doctora Tonietti.

 

Beneficios de liraglutida

La aprobación de la indicación en adolescentes está respaldada por la evidencia que arrojó un estudio de Fase III publicado en The New England Journal of Medicine, que midió durante 56 semanas el efecto de liraglutida contra placebo en 251 adolescentes de entre 12 y 17 años, junto con 12 semanas de terapia sobre hábitos de vida, que incluyó educación nutricional y la realización de actividad física orientada a la pérdida de peso, además de 26 semanas de seguimiento posteriores a la finalización del estudio. El objetivo principal era evaluar cambios en el índice de desvío estándar del IMC (índice de masa corporal) a la semana 56.

Los resultados demostraron beneficios significativos en ese indicador en quienes recibieron la medicación, así como reducciones del índice de masa corporal y del promedio de peso corporal, entre otros parámetros. El perfil de seguridad evidenciado en el estudio fue consistente con lo visto en investigaciones en adultos. Los efectos adversos más frecuentes fueron reacciones gastrointestinales, incluyendo náuseas, vómitos y diarrea.

 

Adolescencia y la mirada de los demás

Maritchu Seitún, psicóloga especializada en crianza, describió que “los adolescentes son altamente sensibles a la opinión de sus pares y su necesidad de pertenecer al grupo puede llevarlos a expresar comentarios críticos y hostigar al diferente que está ‘a la intemperie’, fuera del grupo y muchas veces la obesidad es objetivo de esas burlas o bullying”.

“Esto se da en una cultura muy atenta a la imagen, tendiente a idealizar rasgos externos, como belleza, delgadez, estatura, muchos amigos o éxitos deportivos, y que fuerza a los adolescentes a exponerse en múltiples redes que multiplican ese ‘ser vistos’ y evaluados por otros”, agregó Seitún.

Por otro lado, la psicóloga puntualizó que, aunque intenten demostrarse y demostrar al resto que no les importa, los adolescentes continúan valorando la opinión de los adultos y, fundamentalmente, de sus padres. Por eso, padres, docentes y profesionales de la salud deben procurar no ser, involuntariamente, partes de ese hostigamiento en el tema del exceso de peso, muchas veces con el vocabulario que utilizan, el uso de la ironía y chistes sin mala intención.

Por el contrario, agregó la licenciada Seitún, “los padres y profesionales de la salud pueden ser promotores de cambios de estilo de vida, sin presionar, pero sin abandonar, favoreciendo que la mesa a la hora de comer sea un espacio de encuentro y disfrute familiar, proponiendo actividades recreativas en conjunto que incluyan movimiento, acompañando a los hijos en ese camino, no controlando ni prohibiendo. En definitiva, escuchar y respetar, viendo más allá de la balanza, separando a la persona del paciente con obesidad, separando y pudiendo ver a la persona de su hijo o paciente más allá de su sobrepeso u obesidad”.

“En estos tiempos también circula la idea de dejarnos ser tal como somos, empoderar a personas con sobrepeso, a la vez que desafiar y cuestionar las maneras en que la sociedad presenta y observa el cuerpo humano. Debemos poner un limite donde la enfermedad empieza. Cuando uno hace el recorrido familiar y encuentra que en la familia hay antecedentes de obesidad o de problemas metabólicos y cardiovasculares, esto debería despertar algún tipo de alerta”, finalizó Berner.


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