El historiador Vidal Mario habló acerca del 12 de octubre de 1492, año en que se produjo el arribo de Colón hasta el continente americano y comenzó la matanza de nativos que durante años incluso se llamó Día de la Raza. Para él, a partir de ese momento, comenzó “la hecatombe aborigen”.

Si bien en primer lugar quiso rendir homenaje a Cristóbal Colón, a quien admira porque “todo el mundo lo consideraba un loco pero él demostró que los locos eran los otros. Anduvo 20 años tratando de demostrar que por un camino determinado se podía llegar a la India”. Y por esto tuvo que recorrer la corte de Portugal, de Génova (su ciudad natal), de Francia, de España pero en todos los lugares creían que estaba equivocado.

“Eran muy pocos los que pensaban que la tierra era redonda pero también no pasaba de ser una opinión, un rumor. Todos creían que la tierra era cuadrada. La iglesia se basaba en un capítulo del Apocalipsis (cap. 7, versículo 1), que hablaba de los cuatro ángulos de la tierra. Hasta la iglesia se opuso a él. Además consideraban que si la tierra era redonda, cómo harían para no caerse, porque todavía no se conocía la ley de gravedad”, explicó.

Una vez que logró embarcarse, Colón creyó que llegó al Japón y más adelante cuando vio a Cuba, creyó haber llegado a las costas de la China.

“El 12 de octubre de 1492, en el mismo barco, llegaron el soldado y el fraile: el conquistador militar y el conquistador espiritual, los dos indisolublemente unido”, aseguró Mario, para quien, a partir de ese momento “comenzó la hecatombe aborigen en América”.

Recién en el siglo XX, en 1992 estando en Perú, el Papa Juan Pablo II pidió perdón a los aborígenes de América y reconoció que “muchos miembros de la iglesia habían participado de esa tremenda mezcla de avaricia y ambición desmedida” que provocó el holocausto.

Es que apenas 20 años después del arribo de Colón, “el desastre étnico ya era realmente irreversible”.

En ese momento el papa era Alejandro VI, español. Padre de Lucrecia y César Borgia, y había firmado un acuerdo con los reyes Fernando e Isabel para llevar adelante una explotación conjunta en América. “Por eso decían que esta aventura era para dar oro a España y conversos a Roma. Y para expandir la fe católica. Emitió cuatro bulas dándole la propiedad de todas las tierras que se descubrieran, a condición de que impusieran la fe católica por la fuerza”, agregó.

Una vez que los conquistadores llegaban a una determinada tierra, reunían a todos los aborígenes y les leían un texto llamado Los Requisitos, mediante el cual explicaban que Dios había creado una pareja humana llamada Adán y Eva,  que de allí descendía el sumo sacerdote de los católicos que vivía en Roma y de San Pedro descendía el papa y el papa les había dado la posesión de todas estas tierras a los españoles y se les decía que años atrás los aborígenes ya habían recibido a los españoles de buena manera y que si no lo hacían ellos también, recaían sobre ellos la responsabilidad de lo que les pueda pasar: exterminio, violación de mujeres y semi esclavitud.

“La religión siempre estuvo constantemente presente en todo el proceso colonizador de América”, resumió el historiador, quien contó además algunas anécdotas referidas al encuentro entre ambas culturas.

Se dice que los españoles en los enfrentamientos, pronunciaban tanto la palabra “Santiago”, que los nativos creían que Santiago era el nombre de su divinidad suprema. También, que un famoso encomendero enviaba todas las mañanas a sus aborígenes a recolectar pepitas de oro, pero antes les hacía rezar, con la bandeja en mano, el Ave María, tanto así que llegaron a pesar que el rezo era una fórmula especial para encontrar el oro en el río.

Sin embargo hay otras anécdotas mucho más trágicas: cuenta Fray Bartolomé de las Casas, quien fue un gran defensor de los indios americanos, que en El Salvador vivía un cacique indio llamado Athuei, que se escapó de los españoles a Cuba, donde finalmente fue capturado y condenado a morir en la hoguera.

Justo antes de morir calcinado, un fraile le dijo que si se convertía al cristianismo su alma iría al cielo, pero de lo contrario, ardería en el infierno eternamente. Athuei preguntó si el cielo era el lugar de los cristianos, y el religioso le respondió que sí. El aborigen no dudó un segundo en preferir el infierno. “Fray Bartolomé cuenta entonces que este es un ejemplo de lo que le hemos hecho a estos aborígenes que preferían ir al infierno antes de encontrarnos con nosotros”, sentenció Vidal.

 


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