Por Ramón Alfredo Dus(*)

1. La Pascua del Señor es el horizonte glorioso del tiempo de Cuaresma que iniciamos. Cuarenta días que nos dan la posibilidad de volver al Señor con el corazón y con toda la vida. En la Arquidiócesis, transitando el año vocacional, queremos privilegiar la escucha de la Palabra del Señor que habla al corazón de nuestra comunidad. Jesús, al definir el primero de los mandamientos, dijo: “Escucha, Israel! El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma; con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento más grande que estos” (Mc 12,29-31).

2. Con estas palabras tomadas del libro del Deuteronomio (cf. Dt 6,4-5), Jesús nos dispone, en primer lugar, a “escuchar”. Es necesario siempre hacer memoria de la presencia del Dios único en nuestra vida y en nuestra historia, porque esa presencia se manifiesta también en el momento presente. El Maestro nos invita a reconocer sus dones, el camino transitado y las promesas de Dios. Con esta actitud, la Cuaresma nos ofrece “el dulce remedio de la oración” (PP Francisco) para seguir escuchando la voz de Dios.

Dedicar tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos: la ansiedad, la avidez del dinero, el dominio sobre los otros, la falta de esperanza. Orar es ir en búsqueda de Dios para encontrarnos con el Padre dador de todo consuelo que desea comunicarnos vida, y vida llena de sentido. Escucharlo nos hace redescubrir su llamado: esa vocación que nos dio y que nos abre al encuentro de la gente y a estar cada vez más cerca de ella.

Orar nos da la oportunidad de escuchar la voz del Espíritu Santo en nuestro interior, y a disponernos a escuchar con el corazón al prójimo. El Espíritu nos empuja a ser capaces de cercanía, de apertura y de una paciencia amable hacia los demás para decidirnos caminar juntos a ellos. Sin embargo, la voz de Dios no solo resuena en nuestro interior, sino también nos viene dada por la palabra o el consejo de aquellos que nos aman. Escuchar al otro significará oír su demanda, atender sus necesidades o acompañar simplemente su soledad. Pero esa escucha desinteresada, o simplemente nuestro silencio que acoge la presencia y el dolor del hermano suele suplir tantas veces las palabras y abre a una comunión más profunda. Esta es la oración inspirada en el evangelio: su dinámica que nos enriquece recíprocamente porque suscita relaciones auténticas y fructifica en fraternidad y comunión.

3. El camino espiritual del discípulo de Jesús incluye siempre la doble relación: Dios y el prójimo. Con la frase: ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!, tomada del libro del Levítico (Lev 19,18) Jesús sintetiza y concluye que: “No hay mandamiento más grande que estos”. Con esta convicción a Cuaresma nos anima, no solo a la oración, sino a vivir actitudes concretas de amor al prójimo a través del ayuno y la limosna, para no enfriar nuestra caridad, como nos dice Francisco en su mensaje cuaresmal de este año.

Ayunar debilita nuestra violencia, nos desarma, y es una importante ocasión para crecer espiritualmente. Porque, por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y nos hacemos solidarios con los que pasan hambre; por otra parte, expresa la condición de nuestro espíritu, que está hambriento de bondad y sediento de verdad y de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, como también para escuchar a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

Ejercitar la limosna nos libera de la avidez del tener, y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano, y que  lo que tengo nunca es sólo mío. Así, ante cada hermano que nos pide ayuda, podemos escuchar también la llamada de la divina Providencia, porque cuando damos limosna participamos en la Providencia de Dios hacia sus hijos. Si Dios hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿acaso no va a proveer también a mis necesidades, él, que nunca se deja ganar en generosidad por nadie?

El compartir lo que somos y tenemos debería ser nuestro estilo de vida y el testimonio concreto de la comunión que ya vivimos y que debemos vivir mejor en toda la Iglesia.

4. En camino hacia la Pascua renovemos juntos nuestra vocación de ser iglesia de Cristo: “un pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, como recuerda el Concilio Vaticano II (LG 4). Si vivimos un verdadero espíritu de oración y de caridad nos sucederá por experiencia, como a los discípulos de Emaús: en nuestro corazón arderá la fe y descubriremos con alegría que junto a nosotros camina Alguien, que atiende a nuestras búsquedas, nos descubre el designio de Dios y se deja reconocer al partir el Pan.

(*) Arzobispo de Resistencia, Chaco


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