El siglo XX estuvo marcado por la prevalencia de enfermedades asociadas con el estilo de vida moderno –obesidad, infartos, accidente cerebrovascular, diabetes y cáncer-. En el caso de todos esos trastornos las investigaciones de alcance global y cuidadosa verificación llegaron a la conclusión de que el exceso de alimentos industrializados y los hábitos sedentarios, además del tabaquismo, eran grandes responsables.

Ahora, en la entrada del siglo XXI, ya hay una nueva epidemia contemporánea: la miopía, cuyo aumento es inédito, aunque se está dando de manera paulatina. Actualmente, cerca del 30 por ciento de las personas son miopes, lo que equivale a unos 2,5 mil millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Si el crecimiento de incidencia sigue subiendo, los expertos calculan que en el año 2050 la miopía afectará al 50% de la población planetaria.

Lo más llamativo es que se trata de un fenómeno reciente. Hasta la década del ´90 el aumento era mucho más lento. Hay dos caminos de investigación para descubrir cuáles son las causas de este salto extraordinario: la exposición insuficiente a la luz, consecuencia de la vida enclaustrada en oficinas y aulas abarrotados de escritorios y luces artificiales, sin horizonte a la vista; y la lectura de cerca, de muy cerca, resultado del uso exagerado de smartphones y tablets. Es lo que los especialistas están dando en llamar “miopía urbana”.
En muchos casos hay una predisposición genética (ya se han descubierto dos decenas de genes relacionados con la miopía), pero la influencia del medioambiente es decisiva.

Un estudio publicado en la revista científica JAMA Ophthalmology demostró la diferencia benéfica causada por la exposición a los rayos solares. Fue hecho por un grupo de investigadores del King´s College London (del Reino Unido), que examinó a cerca de tres mil personas. Los voluntarios brindaron información acerca de su carrera y de la frecuencia con la que permanecían al aire libre. Los científicos hallaron que quienes habían estado expuestos al sol por más tiempo, sobre todo entre los 14 y los 19 años, tenían un 25% menos de propensión a sufrir de miopía.

Otro estudio, efectuado en escuelas ubicadas en los suburbios de Taiwán, complementa la teoría al mostrar la influencia positiva de la luz sobre los ojos. Grupos de maestros estimularon a niños de entre siete y once años a salir del aula durante los minutos de recreo para hacer actividades al aire libre.

Durante ese período, las luces de la clase eran apagadas y los chicos no podían quedarse dentro del aula. Luego de un año, los médicos diagnosticaron miopía en un ocho por ciento de los alumnos, en comparación con un índice del 18 por ciento de una escuela próxima que no pasó por la experiencia.

Situación límite

En China, el país con mayor proporción de miopes en el mundo, nueve de cada diez niños son diagnosticados con miopía. Los chinos están muy presionados a tener éxito en la escuela y pasan mucho tiempo diario sentados frente a los libros. De hecho, transcurren quince horas semanales en lecciones dentro de su casa, mucho más que la media mundial. En los Estados Unidos la media es de seis horas.

Es por eso que China es pionera en proyectos que buscan reducir lo que se conoce como miopía urbana. Allí los especialistas estudian, por ejemplo, la creación de aulas en las que las paredes y el techo son de vidrio, para facilitar la entrada de luz natural.

Recientemente, algunas escuelas primarias del país comenzaron a instalar barras de hierro en los pupitres de los estudiantes para establecer una distancia física entre los ojos y los libros. Hay una explicación para el problema causado por la lectura de muy cerca (cuando se mantiene una distancia de distancia inferior a la medida del propio brazo.

Durante la visualización cercana, el lente del ojo gana volumen más allá de lo natural, aumentando la presión que, a su vez, empuja a la esclerótica, lo que produce que el foco de las imágenes no alcance la retina.

La miopía es un problema de los tiempos modernos. Hace millares de años no revestía importancia. Ver bien era esencial para cazar, alimentarse y, por lo tanto, sobrevivir en un mundo sin anteojos. En el libro “Historia del cuerpo humano” su autor, Daniel Lieberman, recuerda que en el siglo XIX la miopía prácticamente solo existía entre las personas de clases más altas e instruidas.

“En la Dinamarca de aquella época la incidencia de la miopía entre los obreros no especializados, marineros y agricultores era menor al 3 por ciento, y subía al 12 por ciento entre artesanos, alcanzando su pico del 32 por ciento entre estudiantes universitarios”, explica. Lieberman interpreta que, como los genes no cambiaron mucho en los últimos siglos, la expansión de la miopía solo puede ser resultado de cambios ambientales.

La evolución tecnológica permite que, de algún modo, los seres humanos de las sociedades urbanas tengan el mundo en la palma de sus manos. La realidad virtual y los automóviles autónomos podrían hacer que ya no sea imprescindible ver bien. Pero hace un siglo Henry Edward Juler, un renombrado cirujano británico de ojos, parecía ser un adelantado de su tiempo.

En 1904 propuso hacer un ejercicio muy simple, en su “Handbook of Ophtalmic Science and Practice”: “Cuando la miopía se vuelva estacionaria, el cambio de aire, como puede ser un viaje marítimo, debería ser prescripto”. Es lo que, más de un siglo después, los oftalmólogos están prescribiendo.

Por lo tanto, leer es saludable, pero un poco de luz natural todos los días, en espacios abiertos, debe ser visto con muy buenos ojos. Y no vale substituirla por la luz de smartphones y tablets.


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