“La voz es la única arma que no me dañaron y con la que aún me defiendo”, señala Paula Pisak (42), quien se identifica como víctima de violencia obstétrica y de mala praxis ya que luego de una cesárea imprevista quedó sorda y hemipléjica y debió afrontar la crianza de su primogénita postrada en una silla de ruedas y sin poder escuchar su llanto ni su risa.

El 16 de noviembre de 2004 marcó para siempre la vida de Paula, quien lucha incansablemente desde hace más de 16 años para que se haga justicia y está a la espera de un fallo de la Corte Suprema.

“Los médicos se negaron a que tuviera un parto respetado. Argumentaron que mi beba estaba muy arriba y que tenían que practicarme una cesárea, algo realmente incomprensible porque las dos estábamos sanas”, asegura Paula en medio del dolor que le genera recordar ese momento tan traumático.

“Me negaron el derecho a parir argumentando que la dilatación no era la adecuada. Los médicos no respetaron mis tiempos. Estoy convencida que si me dejaban haciendo trabajo de parto una hora más yo iba a parir solita”, sentencia con un tono de voz angustiante. Y agregó: “No quisieron esperar el proceso natural de la mujer, prefieren cortar e irse a dormir”.

En ese momento Paula tenía 24 años, le faltaban dos materias y una tesis para recibirse de Licenciada en Letras y se desempeñaba como profesora en dos colegios y en una colonia en Jardín América, provincia de Misiones. Amante del básquet desde los 9 años, practicó ese deporte hasta antes de quedar embarazada. “Me sentía tan saludable y plena que no nunca necesité pedir licencia y trabajé hasta los 8 meses”, asegura.

El día en que nació su hija fue súper traumático y recuerda cada uno de los detalles de ese momento que hoy preferiría olvidar. A las 17 horas rompió bolsa y su suegra la llevó hasta la Clínica Candia. La internaron y comenzó con las contracciones, que naturalmente se hacían cada vez más fuertes. A su pareja, Hernán Sánchez, no la dejaron entrar a la habitación y sólo recibió la visita de la enfermera cuando entraba para hacerle tacto. Su obstetra no pudo acompañarla e intervino otro profesional. “Nada de lo que había imaginado era así, el ambiente no era para nada amoroso”, dice Paula.

Cerca de las 21.30, asegura que el obstetra le comunicó que había tenido “sufrimiento fetal” -sin dar más precisiones- y que por ese motivo debía practicarle una cesárea. “Cuando me llevaron al quirófano sentí que me crucificaban como a Jesucristo porque me estaquearon los brazos y los pies. Entre la enfermera que sostenía el suero y el anestesista era todo maltrato. Yo estaba nerviosa y con mucho miedo. Me dieron cinco pinchazos de la epidural hasta que comenzó a irse ese dolor. El momento del nacimiento de mi hija fue sentir un empujón en el abdomen”, relata la mujer que, alejada de toda felicidad y placer, dio a luz a Agustina.

Paula recién pudo conocer a su beba cuando la llevaron a la habitación. “Nadie la acercó a mi pecho en el quirófano, nadie me la mostró ni me la presentó. Se la llevaron sin decirme nada”, se lamenta. Pero todavía faltaba lo peor.

“Quince minutos después de haber tenido a Agustina en mis brazos comenzó una batalla estoica por sobrevivir”, recuerda Paula. “Fue ahí cuando empecé a vomitar verde, a sentir zumbidos en los oídos y a padecer un fuerte dolor de cabeza. Mi mundo se derrumbó. Entré en un coma y nadie se dio cuenta. Todos creyeron que me había dormido por el cansancio propio del trabajo de parto”, asegura con impotencia.

“Sentía que me estaba muriendo. Tuve una parálisis corporal que no me dejaba mover ni hablar ni pedir ayuda. Mis fluidos en la boca empezaron a asfixiarme, estaba presa en mi cuerpo. Hasta que la enfermera se dio cuenta de que algo estaba pasando y cuando me midió la presión había subido a 18”, cuenta la mujer, quien a primera hora del día siguiente tuvo que ser trasladada al Sanatorio Boratti, de Posadas (situado a 100 km de allí), porque no tenían oxígeno ni respirador.

“Cuando desperté en terapia intensiva era otra Paula. Veía muy poco y no solo había tenido una hemiplejia sino también una parálisis facial en medio rostro. Además, había perdido totalmente la audición”, relata. “Estuve 6 días y ya había olvidado el motivo por el que estaba ahí, que había tenido una hija. Fue horrible volver a mi pueblo en silla de ruedas con mis pechos cargados de leche y mis brazos vacíos”, asevera con la voz quebrada al revivir ese dramático momento.

“No podía moverme ni oír. Estar sumida en el silencio fue terrible. En un abrir y cerrar de ojos había perdido súbitamente todo. Pasé muchos días llorando y viendo que me habían arrebatado el futuro que quería para mí y para mi hija”, enfatiza Paula al referirse a “la desidia y la impericia con que me trataron los profesionales de la Clínica Candia”.

Lo que siguió después fueron años de recuperación y aprendizaje. Se la pasó de médico en médico: kinesiólogos, fonoaudiólogos y fisiatras. “Pasé de la silla ruedas al trípode y ahora me movilizo con la ayuda de un bastón canadiense, que es mi compañero de vida. Es que al no poder escuchar pierdo el equilibrio y no puedo dejar de usarlo”, explica tras lograr los mayores avances en la Clínica FLENI de Escobar.

Paula fue sometida a un implante coclear, con lo cual los médicos creían que podría volver a escuchar, pero fue en vano porque el daño lo tiene en el tronco cerebral, en el nervio auditivo y en la médula.

“Vi crecer a mi beba sin haberla oído jamás pero al tener memoria auditiva me imaginaba su dulce voz diciendo ‘mamá’. Esa fue mi táctica, creer que la oía cuando en realidad la oía con el corazón”, dice Paula. Y cuenta que le tuvo que explicarle a Agustina que “ella no tuvo nada que ver con lo que me pasó”.

“Mi hija se sentía afectada y responsable porque creía que por su culpa me había convertido en discapacitada. Cuando en realidad ella fue la causa y el motivo más importante de que haya sobrevivido y animado a volver a quedar embarazada y darle una hermanita”, dice con orgullo.

Ellas fueron su motor para que luchara porque nunca más hubieran otras Paulas. Así arrancó su militancia por el parto respetado, y su interés por buscar otras herramientas para ayudar a las víctimas de violencia obstétrica. En esa búsqueda estudió derecho y se recibió de abogada.

Todas las vivencias que transcurrieron en estos casi 17 años quedaron plasmadas en el documental “Crónicas desde el silencio. La lucha de Paula Pisak”, que fue rodado en su localidad natal con la dirección de Fabián Pérez Battaglini y Cristian Delgado y tiene fecha de estreno en agosto.

“Este film llega en un momento justo porque estaba agotada, cansada y triste de este proceso judicial sin fin. Vino para hacer de bastón y apoyo, para acompañarme en este último tramo victorioso donde me recibí de abogada”, se alegra y confiesa que pese a todo no pierde las esperanzas de volver a escuchar.

“Sueño con poder ir a Estados Unidos y que allí me hagan los estudios necesarios, porque creo que allá algo pueden hacer. Tengo fe de que no me voy a morir sin lograrlo”, remarca Paula, que también anhela conseguir una audiencia con el presidente Alberto Fernández para que conozca cómo puede afectar la violencia obstétrica a las mujeres y qué podría hacer el Gobierno por ellas. “Si sobreviví a esa cesárea alguna misión debo tener”, concluye esperanzada.

Fuente: Infobae


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