Por Vidal Mario (*) - No sé ahora, pero allá por 1855 había en París una Rue d’ Obligado: calle de Obligado.
Es que para Francia el combate que en Vuelta de Obligado el 20 de noviembre de 1845 sus marineros entablaron contra soldados de Rosas había sido un heroico triunfo.
El pasado miércoles fue el 179º aniversario de dicho episodio. Dejaremos para otra nota el por qué se llegó a ese límite tan extremo, para concentrarnos en lo que aquel día sucedió en ese lugar.
¡No pasarán!
Juan Manuel de Rosas había ordenado impedir todo paso a Corrientes y al Paraguay. Consideraba que este país formaba parte de la Confederación Argentina y que él era su ministro de Relaciones Exteriores. Llamaba “argentinos renegados” a los paraguayos, y a su presidente, Carlos Antonio López, “salvaje unitario”.
Para impedir el paso de buques mercantes extranjeros a los puertos del litoral y de Asunción, en el lugar llamado Vuelta de Obligado en septiembre de 1845 mandó obstruir el río Paraná.
Lo hizo con barcos hundidos cargados de piedras, más veintitrés buques mercantes encadenados unos a otros por medio de cuatro gruesas cadenas extendidas de costa a costa. Todos estos buques tenían cañones apuntando hacia el sur.
Tan formidable obra llevó al presidente uruguayo Manuel Oribe (aliado de Rosas) a exclamar: “¡Qué chasco se van a llevar los extranjeros!”. Es imposible que puedan forzar el paso del Paraná en aquella parte. No saben lo que les espera”.
Informados de que barcos anglo-franceses iban remontando el río, el general Lucio Mansilla, con gran cantidad de cañones y unos tres mil soldados vestidos de rojo, se apostó en una de las orillas.
El combate
El 19 de noviembre de 1845, al mando del capitán Hotton, llegaron dos vapores, una corbeta y tres bergantines con banderas inglesas.
Simultáneamente, al mando del capitán de navío Frelnat, también vinieron un vapor, una corbeta y tres bergantines franceses.
Ni las embarcaciones inglesas ni las francesas eran de guerra.
Al día siguiente, con el buque “San Martín”, estos intentaron romper las cadenas que ligaban las embarcaciones y obstruían el paso.
Este primer intento fracasó porque las baterías argentinas abrieron fuego contra el barco, provocando muertos y heridos.
El “San Martín” fue reemplazado por el vapor “Firebrand”, el cual sí logró romper las cadenas, liberando el paso.
Los buques extranjeros se acercaron entonces a la costa y comenzaron a abrir fuego, que también era contestado con nutrido fuego por los defensores, hasta que al final la lucha se hizo prácticamente cuerpo a cuerpo.
A media tarde la mayor parte de los artilleros argentinos ya estaban fuera de combate, y a las seis de la tarde la infantería y caballería argentinas se dispersaron.
Los marineros franceses y soldados ingleses desembarcaron y se apoderaron de lo que habían dejado.
Al día siguiente, toda la artillería de hierro fue arrojada al agua, y las de bronce cargada en los barcos.
Se aseguraba que los invasores contaron treinta y dos muertos y noventa heridos, en tanto que las pérdidas argentinas no bajaban de los cuatrocientos hombres, sin contar los heridos, entre estos su jefe, general Lucio Mansilla, padre del escritor Lucio V. Mansilla.
“¡Mueran los salvajes unitarios!”
Tres días después, el 23 de noviembre de 1845, el cura párroco de la localidad bonaerense de Salto, Carlos Torres, le mandó la siguiente carta a aquel militar herido:
“¡Viva la Confederación Argentina!
¡Mueran los salvajes unitarios!
Respetado señor general Lucio Mansilla, comandante en jefe del Departamento del Norte:
El denuedo con que V.S ha recibido a los pérfidos extranjeros, dignos aliados de los inicuos salvajes unitarios, me ha llenado de satisfacción y de grandes esperanzas a los pueblos.
Saben ya que con jóvenes apenas iniciados en el arte de los combates se ha hecho probar hasta dónde llega el valor argentino, y lo que faltó a la experiencia lo suplió la dirección.
Dijeron algunos que V.S ha sido herido, y si le ha cabido esa desgraciada gloria, me alegraré que ya se halle restablecido.
Reciba V.S. los respetos con que lo saluda S.S. y confederado capellán. Carlos Torres”.
Es comprensible esta carta. La Iglesia católica argentina era un brazo político del régimen de Rosas, quien a la vez era el más grande criminal que haya existido en la Argentina desde los tiempos coloniales.
En los altares de todos los templos siempre estaba a la vista la infaltable efigie del severo “Restaurador de las Leyes”.
*(Periodista, escritor, historiador)