II DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (17/03/19)

Gen 15, 5-12. 17-18; Sal 26, 1. 7-9. 13-14; Fil 3, 17-4, 1; Lc 9, 28b-36

  1. Dios nos brinda la ayuda adecuada y oportuna

Las muchas preocupaciones que tenemos, como consecuencia de las problemáticas actuales y el modo como afrontamos lo que nos pasa, lleva a vivir con miedo y angustia ante un futuro que no se avizora prometedor, al menos en el corto plazo. Además, sabemos que la marcha de lo que nos toca transitar hace que nos desgaste, lleve a disminuir las fuerzas y la motivación para comprometernos con nuestras actividades, y así, no podamos contagiar a otros para seguir avanzando en sus ideales y proyectos. Por esto, es muy alentador, compartir acontecimientos que nos motiven y nos hagan vivir con fortaleza, en medio de las complicaciones de los avatares de la vida.

Los discípulos, en sus travesías misioneras, sienten el cansancio y les vienen dudas ante los desafíos que tienen; Jesús los sorprende totalmente, experimentan la presencia de Dios de tal modo, que supera la capacidad de entender y asimilar todo lo que están percibiendo; recordemos lo que nos dice el Evangelio de hoy: “Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, (…).

Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí!” ¡Es una experiencia maravillosa!, casi no tienen palabras para expresar lo que sienten; ven al Maestro en su plenitud, Él manifiesta que Dios es luz resplandeciente, ilumina a toda persona para que viva con intensidad y alegría; no se esconde cuando estamos desanimados, sino que abre su intimidad para mostrarse cercano y acompañarnos, y no nos deja solos cuando los problemas y las contrariedades podrían llevarnos a la decepción.

Los problemas que tenemos como sociedad, ¿nos llevan a desesperarnos y a dejarnos tomar por la angustia?, ¿sabemos apoyarnos confiadamente en Dios para seguir luchando por nuestras metas, sin desalentarnos?

La experiencia de la transfiguración, presente en Evangelio del día, es un momento que nos conduce a confirmar nuestra fe, nos da certeza de la presencia de Dios y de sus promesas. Ciertamente no se dan todos los días, pero Él sabe lo que necesitamos, entiende que precisamos percibirlo así, impactante, presente, cercano. Esa es la familiaridad con la que Dios quiere tratarnos y compartir con nosotros, y desea generar una confianza que no dude en Él, nos constituya como discípulos, dispuestos a dar todo de nosotros, y cuando lleguen las dificultades y las oscuridades de la vida, todo eso que quedó grabado en nosotros, sea fuente de fortaleza y de seguridad, nos convenza que Él está luchando con nosotros y conduciendo nuestra marcha.

El Salmo de hoy nos invita a tener seguridad el Él: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? ¡Escucha Señor, yo te invoco en alta voz, apiádate de mí y respóndeme! Mi corazón sabe que dijiste: ‘Busquen mi rostro’.” Podríamos decir, buscar a Dios y escuchar su Palabra, para sostenernos y encontrar ese rumbo que nos oriente con seguridad. Acá es donde tenemos que recurrir, para que los problemas no superen nuestras fuerzas.

¡Cuánto necesitamos vivir estas experiencias para fortalecer nuestra fe vacilante, despejar las dudas y llenarnos de entusiasmo para seguir nuestra marcha!

  1. ¡A las ocupaciones cotidianas, fortalecidos en Él!

Todos estamos llamados a incorporar esta experiencia de transformación sobre nuestra manera de pensar y sentir, nos dice Pablo en la segunda lectura: “Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio.” La fe no resuelve por arte de magia todos los problemas, no nos quita las dificultades, no hace que desaparezca el esfuerzo para lograr nuestras metas, pero nos va transformado en personas nuevas, con una identidad clara y una tenacidad para luchar por nuestros ideales, de modo perseverante. Nos confirma en la fe y nos hace sentir cosas sorprendentes, para enviarnos después a la realidad y así, realicemos con mucha fuerza nuestras responsabilidades.

En medio de esta realidad social que nos aflige, ¿deseamos vivir una experiencia nueva para motivarnos y sentir un nuevo impulso en nuestros compromisos?

Para guiarnos en lo que podríamos hacer y movilizarnos con más empeño, el papa Francisco nos invita a una respuesta más generosa, nos dice: “La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna. Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sobrellevar y comprender por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.

Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.”

Esto es así, porque no podemos vivir alucinados por un acontecimiento, hay que volver al llano, a las ocupaciones de todos los días, para no evadirnos de las mismas, sino asumir con decisión clara, actitud humilde y coraje lo que se nos pide, para hacer una sociedad nueva, impregnándola con los valores del Evangelio. Esta es la consecuencia que espera Dios, se dé en nosotros para no caer en un misticismo vacío, que nos aleja de la realidad y del trabajo habitual.  Hay mucho por hacer en nuestra realidad, ¡no nos separemos de ella, estemos presentes donde se necesita nuestro esfuerzo y dedicación!

María desbordaba de gozo por la presencia del Señor, supo combinar ese momento con un trabajo grande por los demás; ¡qué ella nos ayude a traducir nuestra espiritualidad en compromisos concretos!

                                                                                                           Presbítero Alberto Fogar

                                                                                                                    Párroco Iglesia Catedral (Resistencia)


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