Por Vidal Mario

(Quinta y última Nota)

En el interior de los montes tucumanos también se vivían horas decisivas, en el marco del “Operativo Independencia” comandado por el general Acdel Vilas.

Así se denominaba la actuación ordenada por decreto Nº 261/75 de Isabel Perón al Ejército y a la Fuerza Aérea para “·neutralizar y/o aniquilar” el accionar de “elementos subversivos”, en Tucumán.

En esa provincia, los guerrilleros (es famosa la foto entre ellos de la “comandante Teresa”, que no era otra que Nilda Garré) visitaban los pueblos en busca de víveres o copaban localidades para reclutar gente, amedrentarla, o hacer alarde de poderío.

Un día, elementos del ERP ocuparon la localidad de Santa Lucía, donde dos pobladores fueron fusilados luego de un “juicio popular”, acusados de haber colaborado con la represión.

Algunos combates sangrientos, como el de Acheral, disminuyeron en Tucumán la capacidad combativa del ERP, organización integrada por algunos militares adiestrados en Cuba o Vietnam.

También la integraban estudiantes, profesionales y obreros con formación militar recibida en la Argentina.

Hacia fines de 1975, los guerrilleros sobrevivientes del “Operativo Independencia” abandonaron la zona rural y se trasladaron a los centros urbanos.

 “La hora del despertar ha llegado”

La sucesión de episodios violentos pareció ir haciendo inevitable la intervención militar. La aparición del cadáver del mayor Argentino del Valle Larrabure, meses después de haber sido secuestrado, aumentó el deseo de venganza de sus compañeros de armas.

También sensibilizaban a los militares los atentados en que perdían la vida las esposas o los hijos de los oficiales. El asesinato en Entre Ríos del general Cáceres Monié y de su esposa resultó especialmente impactante.

A su vez, la Triple A, que había sido creada en el propio seno del gobierno, mataba impunemente no sólo a los sospechados de zurdos, sino también a sus parientes.

El periodista e historiador Hugo Gambini, director de la revista Redacción, escribió: “El país está sumergido en la incertidumbre de su supervivencia como nación y, lo que es peor, invadido de una dramática sensación de impotencia para salir a flote”.

En noviembre de 1975, apareció en “The New York Times” un artículo firmado por Cirus Leo Sulzberger, quien aseguraba:

“Parece inevitable que las Fuerzas Armadas argentinas perpetren un golpe de Estado, probablemente en pocas semanas más, con el objetivo de deponer el imprudente e ineficaz gobierno de María Estela Martínez de Perón”. Y añadía: “El mito peronista fue disipado por la viuda de Perón. Un ciclo histórico se ha cerrado”.

Efectivamente, el país vivía en un horrible clima de guerra civil, tanto que el arzobispo de Santa Fe, monseñor Vicente F. Zasp,e definió la situación en estos términos: “Hemos experimentado todo, secuestros, torturas, bombas, asaltos; la muerte ha destrozado familias, y se han colmado las cárceles y los cementerios. ¿Seguiremos denunciando, matando, muriendo, rabiando, llorando?

La noche del 23 de diciembre de 1975, combatientes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) atacaron el Batallón de Arsenales del Ejército “Domingo Viejo Bueno”, en Monte Chingolo, Buenos Aires, pero fracasaron en el intento. Los estaban esperando, y fueron violentamente rechazados.

Hubo una sangrienta acción represiva en el Arsenal y en las villas de emergencia de las inmediaciones en busca de guerrilleros y de cuantos parecieran serlos. Gran parte de los atacantes eran adolescentes, perejiles recién incorporados a las filas del “ejército popular”.

El 24 de diciembre a la noche, el general Videla dirigió un mensaje a las tropas que combatían en Tucumán. “Frente a ésta tiniebla, la hora del despertar del pueblo argentino ha llegado. La paz no sólo se ruega, la felicidad no sólo se espera, sino también se gana”, les dijo.

El gran problema, Isabel

Para los militares y para algunos sectores peronistas, el problema central era Isabel.

Se consideraba una necesidad imperativa sacarla del medio para esperar con más tranquilidad las elecciones anticipadas para octubre de 1976. Era un secreto a voces que algunos militares y algunos peronistas querían echar, de un modo o de otro, por las buenas o por las malas, a la Presidenta

Se le ofreció la Presidencia a Luder pero éste rechazó el ofrecimiento, alegando que aceptarlo implicaría para él pasar a la historia peronista como un traidor.

En esos días, un numeroso grupo de militantes recorrió las calles porteñas, para advertir a los gritos: “¡Si la tocan a Isabel, guerra sin cuartel!”.

A principios de marzo de 1976, en dos oportunidades Massera invitó a comer a varios peronistas “antiverticalistas”, entre los que estaban la ex “comandante Teresa” Nilda Garré, y Julio Bárbaro.

Massera, que nunca ocultó sus ambiciones presidenciales, les dijo que la única salida para el país era echar a Isabel.

Se barajarse tres posibilidades para desplazarla por la vía legal: la extensión de su licencia por enfermedad, su renuncia y reemplazo por otro, o su destitución través de un juicio político.

Para esto último, la acusación sería haber pagado con un cheque de la Cruzada de Solidaridad Justicialista una deuda privada de Perón con los hermanos de Evita, en el marco de la sucesión de ésta.

“Si la echan ustedes, gobiernan ustedes; si la echamos nosotros, gobernamos nosotros”, les dijo Massera. Así lo recordó en cierta oportunidad el entonces diputado nacional Julio Bárbaro.

Muchos años después Menem confesaría a Ceferino Reato que el golpe pudo haberse evitado pero que las divisiones entre peronistas “verticalistas” y “antiverticalistas”, más la indudable influencia que desde España seguía ejerciendo sobre Isabel el ex ministro José López Rega, contribuyeron al fatal desenlace militar.

La opinión pública seguía atentamente las impactantes revelaciones que hacía Salvador Horacio Paino ante la comisión investigadora de la Cámara de Diputados. Era sobre la Triple A, que él afirmaba haber creado por encargo de López Rega.

El ex militar involucró a los periodistas Jorge Conti, Carlos Villone y el chaqueño Juan Carlos Rousselot como cómplices de López Rega en el armado de la Triple A. En esa época, Rousselot era propietario de diario NORTE.

Aquel mensaje de Balbín

Al mismo tiempo, seguían sucediendo cosas como estas: el 16 de marzo de 1976, un estudiante y tres militantes obreros de base fueron arrancados de sus hogares y fusilados sin más trámite.

La semana previa al golpe militar, hubo 37 muertes violentas en todo el país, e incluso un frustrado intento de copamiento de la unidad militar de Resistencia.

Afortunadamente, el camión que transportaba los armamentos para éste operativo fue interceptado sobre la Ruta 11.

Aún hoy, a muchos memoriosos todavía se les pone la piel de gallina al recordar la dramática apelación a la unión nacional que en esos días hizo por la cadena de radio y televisión el presidente de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín.

Fue cuando recordó al poeta que dijo: “Todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte”.

El tramo final de su improvisado e impactante mensaje al país quedó grabado para siempre en la memoria de una generación de argentinos: “Desearía que los argentinos no empezáramos a hacer la cuenta de los últimos cinco minutos”.

Pero ya no fue posible detener la cuenta regresiva hacia el infierno tan temido. En la mañana del día 23 el diario La Razón anunció: “Es inminente el final. Todo está dicho”.

Fue así: en la madrugada del día siguiente, los comandantes Videla, Massera y Agosti inauguraron otro de los períodos más oscuros de la historia argentina.

Jorge Bergoglio (hoy papa Francisco), testigo presencial de esos tiempos, recordó:

“Casi todo el mundo comenzó a golpear las puertas de los cuarteles. El golpe de 1976 lo aprobaron casi todos, incluso la inmensa mayoría de los partidos políticos. Creo que el único que no lo hizo fue el partido comunista revolucionario.

Aunque también es verdad que nadie o muy pocos sospechaban lo que sobrevendría. En esto hay que ser realistas: nadie debe lavarse las manos, y estoy esperando que los partidos políticos y otras corporaciones pidan perdón, como lo hizo la Iglesia”.


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