Por Vidal Mario* - Recientemente, el juez federal Ariel Lijo ordenó al Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom) bloquear en la Argentina la quinta acepción de la palabra “judío” que está en la versión online del diccionario de la Real Academia Española.
La orden judicial del juez federal Ariel Lijo ordenó al Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom) bloquear en la Argentina la quinta acepción de la palabra “judío”, obedece a que en ese espacio se le da la palabra judío un significado ofensivo para quienes profesan el judaísmo.
En el sitio web en cuestión, se define al judío como una persona “avariciosa o usurera”.
Nada nuevo bajo el sol
A decir verdad, lo de significados despectivos para los judíos no hay nada nuevo bajo el sol.
En julio de 1981, en el diccionario de sinónimos y gramática Optimo lanzado por Editorial Cardon de Buenos Aires se definió al judío como “usurero, avaro, cicatero”.
En ese mismo diccionario la palabra judiada (conjunto o multitud de judíos), tiene como sinónimos: “bribonada, infamia, deslealtad, crueldad, villanía”.
Durante siglos, en el mundo católico se recitó esta “oración por la conversión de los judíos”:
“Oremos por los pérfidos judíos, para que Dios Nuestro Señor aparte el velo de sus corazones y que ellos también reconozcan a Cristo Nuestro Señor. Omnipotente y sempiterno Dios, Tú que no excluyes de tu Misericordia ni siquiera a los pérfidos judíos, escucha las preces que te dirigimos por la obcecación de aquel pueblo, de tal modo que conocida la Verdad de tu Luz, que es Cristo, salgan de sus tinieblas”.
Romanos, no judíos
El origen de tan extraña petición está en el muy antisemita libro denominado “Nuevo Testamento”, presentado oficialmente por la Iglesia en Nicea, en el año 325.
Respecto de los judíos, allí hay definiciones como estos: “hipócritas”, “tontos y ciegos”, “sepulcros blanqueados, bonitos por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muertos”.
Igualmente, se los acusa de enriquecerse “por medio del robo y la avaricia” y de estar “llenos de hipocresía y de maldad”.
En el “Nuevo Testamento” está también la inventada historia de que los judíos asesinaron a Jesús, por lo que también fueron acusados de “deicidas”, es decir, de matadores de Dios.
Un delirio teológico desprovisto de todo fundamento del cual aún se hace eco el cristianismo. En realidad, los que lo eliminaron fueron los romanos, no los judíos.
Por su carisma y por la multitud que arrastraba, Jesús era visto por los romanos como un potencial peligro para su seguridad. A los ojos de Roma, él era un posible caudillo del que galileos y judíos, que estaban bajo su dominio, podrían echar mano para una rebelión.
Ya había habido dos levantamientos encabezados por sendos revolucionarios identificados como Judas y Teubas, quienes, derrotados, fueron crucificados.
A Jesús lo apresaron soldados romanos, lo juzgaron según la justicia romana, en cumplimiento de una sentencia romana lo crucificaron soldados romanos, y se usó para ello la cruz, un instrumento típicamente romano de ejecución.
Los judíos (que oficialmente ya no tenían facultad de matar a nadie), no tuvieron nada que ver.
De hecho, en los primeros tres siglos del cristianismo era sabido por todos que Roma eliminó al galileo.
Pero durante el reinado del emperador romano Constantino I (hijo de “Santa Elena”) empezó a cargarse sobre los judíos la pesada carga de “matadores de Dios”.
Malos hasta en el diccionario
La creencia de que los judíos asesinaron a Dios y que estos son de lo peor que pueda haber, se consolidó durante la Edad Media, época azotada por la peste de la ignorancia.
La Inquisición difundía horribles historias como la del “valeroso mártir de la fe y decoroso ornamento de la Inquisición de España, san Pedro de Arbués”.
El relato sobre éste inquisidor español convertido en mártir y santo, es el siguiente:
“Como llegase a oídos de los reyes católicos la fama de sus grandes letras y virtudes, le nombraron inquisidor del reino de Aragón, mostrando en su santo oficio admirable discreción, celo y entereza.
Más habiendo juzgado reos de ciertas horrendas abominaciones a algunos judíos ricos que por sola hipocresía se habían bautizado, se juntaron en concilio y enviaron a Córdoba procuradores que se quejasen a los reyes católicos del rigor que con los judíos usaba Pedro de Arbués.
No hicieron caso los católicos monarcas de aquellas falsas acusaciones porque estaban satisfechos de la prudencia y santidad del inquisidor, y también porque estaban cansados de las traiciones de la moral y de la perfidia de los judíos”.
Según los cronistas, como no hallaron eco en los reyes católicos los judíos contrataron a tres sicarios también judíos para que cocieran a puñaladas al santo inquisidor.
Como en el caso anterior, sobre ésta historia los relatores eclesiásticos reflexionaron:
“Muy honrado es de Dios con prodigios y de la Iglesia con universal veneración el gloriosísimo inquisidor san Pedro de Arbués, el cual murió a manos de los pérfidos judíos por el celo de conservar la fe católica, que es el mayor beneficio que Dios puede hacer a una nación. Tengamos, pues, en grande estima a esta prenda del cielo”.
La cuestión es que por un camino minado de historias como estas la mala fama endilgada a los judíos viajó por el túnel del tiempo y llegó hasta nuestros días.
Merecedores de la ruina
Hasta el Vaticano aportó leña para empeorar aún más el supuesto perfil maléfico de los judíos.
Así lo hizo en 1938 el Papa Pío XI con su encíclica “Humani generis unita” (La unidad del género humano).
Según dicha encíclica, los judíos eran los únicos responsables de su triste destino porque habiendo sido elegidos por Dios como vía para la acción redentora de Cristo no solamente que lo rechazaron, sino que incluso lo mataron.
“Cegados por sus sueños de ganancias terrenales y éxito material”, decía, esa gente merecía “la ruina material y terrenal que había caído sobre sus espaldas”.
Ese año 1938, cuando la persecución nazi contra los judíos ya se había desatado, proclamar que los mismos merecían la ruina material y terrenal fue muy imprudente e irresponsable.
El rottweiler de Dios
El papa Juan XXIII le dio al tema un giro de 180 grados cuando tras proclamar “la validez del pacto divino con el pueblo judío” propició la eliminación de aquella ríspida oración antijudía.
Más adelante, el 3 de enero de 1975, los diarios argentinos difundieron esta noticia: “La Iglesia Católica absolvió al pueblo hebreo de la acusación de deicidio”:
Sin embargo, todo volvió a fojas cero con la aparición del papa Benedicto XVI, apodado “el rottweiler de Dios” por sus rígidas posturas sobre asuntos teológicos.
El pontificado de este alemán fue un catálogo de errores, uno de los cuales fue autorizar otra oración donde se pedía a Dios que “ilumine” el corazón de los judíos “a fin de que éstos reconozcan a Jesucristo y así todo Israel sea salvado”.
Tal oración decía: “Recemos por los judíos. Que el Señor Dios nuestro ilumine sus corazones para que reconozcan a Jesucristo como Salvador de todos los hombres. Dios omnipotente y eterno, tú que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, concede propicio que, entrando la plenitud de los pueblos en tu Iglesia, todo Israel sea salvado”.
El contenido ofendió a los judíos de todo el mundo, debido a que pedir a Dios que “ilumine los corazones de los judíos para que reconozcan a Jesús como salvador” era como pedirle a Dios que los judíos dejaran de ser judíos.
(*) Periodista. Escritor. Historiador.