XIX DOMINGO DURANTE EL AÑO Ciclo A (09/08/2020)

1-Rey 19, 9. 1-13; Sal 84, 9-14; Rom 9, 1-5; Mt 14, 22-33

  • No nos desesperemos, confiemos

En situaciones difíciles, sentimos el límite de nuestra capacidad de afrontamiento ante los eventos que tenemos por delante; muchas veces, nos lleva a caer en el miedo y la desesperación, sin saber qué hacer, y hasta se oscurece el horizonte de salida.

Lamentablemente, hoy se ha hecho muy común encontrar a muchas personas que nos refieren esa situación, el drama de los enfermos que están internados y la angustia de sus familiares, los que perdieron su trabajo y no saben qué hacer para que tener el sustento económico, los niños que no pueden desenvolverse normalmente ante las restricciones sociales y ven que ha cambiado su ritmo de vida; ante esto, se nota una gran preocupación por lo que pasa y mucha ansiedad por las expectativas.

Por esto, nos viene muy bien y es muy sabio y saludable escuchar las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy: “Tranquilícense, soy yo; no teman”.

La situación de tensión desesperada de los discípulos en la barca en medio del mar, ejemplifica muy bien, simbólicamente, lo que muchas veces nos ocurre; nos dice: La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. ‘Es un fantasma’, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar”.

Es fácil darnos cuenta que esto también nos pasa hoy, porque no estamos muy preparados para ser “pilotos de tormenta”, y ante escenarios semejantes a estos, nos llenamos de miedo, y los desafíos que nos presenta la vida nos desestabilizan, desesperan y desalientan. Evidentemente, que preferimos una vida exenta de estos sucesos complicados porque nos cuesta asumir lo más difícil y redoblar los esfuerzos para encarar esos desafíos y afrontarlos con fortaleza.

Por todo esto, tengamos presente a muchas personas que hoy están desesperadas y sepamos contenerlas y tendámosles una mano como lo hizo Jesús. ¡No nos preocupemos sólo por cuidar nuestros intereses y ayudemos fraternalmente a seguir adelante a pesar de todo!

Reconocer a Dios que está presente cuando transitamos en medio de la “tormenta”, es un primer apoyo seguro y nos anima para no perder la calma. En este sentido, viene bien el pasaje del primer libro de los Reyes, donde el profeta Elías en medio de una persecución que intentaban quitarle la vida, sabe detenerse para encontrar la calma y serenarse; dice el pasaje: “Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta.

Entonces le llegó una voz, que decía: ‘¿Qué haces aquí, Elías?’”; y el Salmo de hoy resume la experiencia del Profeta: “Voy a proclamar lo que dice el Señor: el Señor promete la paz a su pueblo y a sus amigos”.

Esa paz siempre será la fortaleza para no decaer y continuar sin desanimarse; esto nos dará una fuerza irresistible que ningún obstáculo detendrá nuestros pasos, principalmente, porque la confianza está puesta en Dios. ¡Qué enriquecedor es aprender esto, en momentos donde vivimos muy preocupados por los peligros de contagios de la enfermedad que nos acecha!

¿Qué actitud tenemos para asumir las situaciones difíciles de la vida? ¿Buscamos en Dios un momento de serenidad para recuperar la calma y discernir, para encontrar una salida que piense también en los demás?

  • ¡Valentía, una virtud de este tiempo!

Pero es importante destacar que los espacios para encontrar serenidad, no nos tienen que dejar en “la barca”, pasivos, sin colaborar; más bien, son momentos para reconfortarnos interiormente, porque no tienen un fin en sí mismos, nos ayudan a sentirnos con más fuerza. Y nos alientan a lanzarnos y a encarar los desafíos que tenemos, a no dejarnos atrapar por el miedo que paraliza, ni tampoco a encerrarnos en la seguridad de nuestros intereses. Más bien, sentimos el impulso del Espíritu y en medio de incertidumbres y perplejidades, nos animamos a realizar con valentía la tarea encomendada.

Para atrevernos a comprometernos en tiempos difíciles, “necesitamos el empuje del Espíritu para no ser paralizados por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarnos a caminar solo dentro de confines seguros. Recordemos que lo que está cerrado termina oliendo a humedad y enfermándonos. Cuando los Apóstoles sintieron la tentación de dejarse paralizar por los temores y peligros, se pusieron a orar juntos pidiendo la parresía: «Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía» (Hch 4,29) (…)” (Gaudete et Exsultate, 133).

¿Recurrimos a Dios cuando nos invade el miedo y percibimos el peligro cerca nuestro, para sentirnos reconfortados por Él?, ¿cuál es nuestra experiencia de lo que estamos atravesando hoy?

Estos meses nos dieron la posibilidad de ver a tantas personas que arriesgaron su vida para auxiliar a los demás, enfermeros atendiendo a muchos afectados, voluntarios de tareas sociales y pastorales, profesionales de la salud, personal de seguridad, los que tuvieron que cumplir sus tareas laborales, y muchos otros; ¡son testimonios elocuentes de valentía y empuje interior!, ¡nada los detuvo en su compromiso! Tendremos que acostumbrarnos a tener una dinámica de desarrollo de las actividades en medio de las dificultades; por esto, debemos pedir a Dios su fortaleza, una capacidad muy necesaria para hoy.

¡Qué Jesús nos ayude a construir un estilo de vida, con una profunda confianza en Dios y con entereza en medio de la “tormenta”!

Presbítero Alberto Fogar
Párroco Iglesia Catedral 
(Resistencia)


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