III DOMINGO DE CUARESMA Ciclo C (24/03/19)

Ex 3, 1-8a. 10. 13-15; Sal 102, 1-4. 6-8. 11; 1- Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9

  1. Recomenzar una y mil veces

Sabemos de la importancia que tiene para la humanidad la fiesta de la Pascua, convoca a muchísimas personas y familias a celebrarla con mucha alegría. Si bien es cierto que son diversos los motivos e intereses que impulsan a organizar este evento, no podemos negar la inspiración cristiana de la misma, ¡el gran acontecimiento de Jesús, sigue siendo el centro que atrae a una gran mayoría! Por esto, nos disponemos para sintonizar con lo que se propone, y sin lugar dudas, prepararnos para lo que vamos a celebrar y dejar que Dios se haga más presente en nuestra historia, cobra una relevancia central.

Él entiende muy bien lo que nos pasa y de nuestros anhelos, es por eso que viene a nuestro encuentro, no para echarnos en cara lo que hicimos mal, sino para hacer nueva nuestra historia y conducirla por el camino de la esperanza; repasemos lo que nos dice el texto del Éxodo:

“El Señor dijo: ‘Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel.”

Desde nuestra mirada, sentir la misericordia de Dios es el primer paso en un proceso de cambio, porque Él conoce nuestras luchas para sobrellevar las opresiones que se nos presentan, sabe de nuestros sufrimientos y cuánto nos cuesta salir adelante, y de las vueltas que damos para procurar un mejor rumbo a nuestras vidas; de todos modos, viene a nosotros porque no duda de nuestros propósitos y capacidades, ¡y siempre quiere que volvamos a empezar!

¡Cuántas personas y familias hoy se sienten mal porque no cuentan con lo mínimo necesario para vivir y no encuentran una salida superadora!, ¡cuántos sufren la opresión de conflictos y problemas en su vida personal y no saben a quién recurrir! Pero también, es importante que pensemos, ¡cuánto podemos hacer nosotros si nos decidimos a acercarnos y dar una mano a los que claman asistencia!

Dejémonos animar por estas enseñanzas que nos invitan a consolar y ayudar: “La misericordia tiene también el rostro de la consolación. «Consolad, consolad a mi pueblo» (Is 40,1), son las sentidas palabras que el profeta pronuncia también hoy, para que llegue una palabra de esperanza a cuantos sufren y padecen. (…).

Su misericordia se expresa también en la cercanía, en el afecto y en el apoyo que muchos hermanos y hermanas nos ofrecen cuando sobrevienen los días de tristeza y aflicción. Enjugar las lágrimas es una acción concreta que rompe el círculo de la soledad en el que con frecuencia terminamos encerrados. Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. (…).

Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte..., son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos” (Misericordia et Misera, 13).

En primer lugar, este mensaje nos alienta para no desalentarnos en lo que nos propusimos, nada nos tiene que detener en la concreción de nuestras metas. Podríamos estar pasando un momento difícil por los apremios económicos, o viviendo un conflicto difícil a nivel personal o familiar, o sintiendo una opresión espiritual como consecuencia de un mal paso que dimos, o quizás alguna combinación de estas cuestiones; sin embargo, Dios está al lado nuestro, como dice el libro del Éxodo: “Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.” Meditemos esto para que nada nos haga pensar que lo nuestro está perdido; no, no debemos pensar así, Dios nos invita siempre a recomenzar y animarnos con esperanza.

  1. ¡Qué Dios provoque el cambio!

La parábola de la higuera del Evangelio, nos hace pensar en el trabajo constante de Dios para forjar lo mejor en nosotros. Repasemos el texto: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?’. Pero él respondió: ‘Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás’”. Dios da todo de sí mismo, gratuitamente y sin pedir mucho, para crear en nosotros lo bueno, aunque parezca que ya nada se pueda hacer; viene en nuestra ayuda para renovarnos y hacer fecundar, hasta lo que aparentemente está marcado por la esterilidad; para fortalecer nuestra debilidad y para hacer mejor aquello que no está bien. Su apoyo consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía, y así, día tras día, tocados por su acción salvadora, también nosotros podamos estar atentos a los demás. Entendamos esto, nunca hay que pensar que todo está perdido, siempre hay una nueva oportunidad para comenzar una nueva vida.

¿Pensamos que Dios puede ayudarnos a cambiar en nosotros, aquello que vemos que no está bien?, ¿o somos pesimistas y pensamos que ya nada se puede hacer? ¿Qué vamos a pedir a Dios en este comienzo de año?

Un segundo aspecto en esto, es la mediación humana, explicada muy claramente en el libro del Éxodo con la figura de Moisés, nos dice: “Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas (…). Y continuó diciendo a Moisés: Tu hablarás así a los israelitas: El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, es el que me envía.” Siempre necesitamos de personas que nos guíen hacia una nueva esperanza, porque sin una palabra que nos movilice y anime, en muchas situaciones, no se puede salir adelante. Pensemos en tantos jóvenes de hoy que están enredados en sus dramas o problemas, sin la orientación y el aliento constante de otros, difícilmente podrán superar esa situación. ¡No perdamos la oportunidad de dejarnos ayudar para emprender una vida mejor!, no confiemos sólo en nuestras fuerzas. Y también, ¡no dejemos de ser guías y animadores de aquellos, que por sí mismo no pueden superar sus conflictos y problemáticas!

María proclamó la misericordia de Dios y la participó a todos, ¡qué sintamos su auxilio en nosotros y en los demás!

 

Pbro.

Alberto Fogar

Párroco Iglesia Catedral

(Resistencia)


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