Los médicos dieron en llamar COVID prolongado, long COVID o síndrome post COVID a las afectaciones en órganos que van más allá del sistema respiratorio y que son propias del cuadro inflamatorio sistémico que provoca el SARS-CoV-2 en el organismo, que persisten en el tiempo incluso luego de que la persona recibe el alta epidemiológica.

Incluso, aunque aún no está definida la terminología, algunos autores hablan ya de “COVID post aguda”, cuando persisten los síntomas más allá de tres a cuatro semanas y “COVID crónico” cuando los síntomas duran más de 12 semanas.

Ahora, si bien los niños a menudo se libran de los peores impactos de la enfermedad que tiene al mundo en vilo, el espectro del desarrollo prolongado de COVID-19 en los niños está obligando a los investigadores a reconsiderar el costo de la pandemia para los más jóvenes.

Una reciente encuesta realizada por el Ministerio de Salud de Israel y difundida por The Jerusalem Post da cuenta de que aproximadamente el 11% de los niños tenían síntomas que permanecían después de recuperarse del COVID-19.

Sin embargo, ese número se redujo a más de la mitad a medida que pasaban los meses, mostró el relevamiento a cargo de la cartera sanitaria israelí.

La enfermedad grave por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 es más común entre los adultos, pero faltan datos sobre el impacto del virus en los jóvenes, que son mucho menos propensos a sufrir complicaciones graves, dijo el ministerio.

Los especialistas del gobierno de Israel realizaron una encuesta telefónica durante el mes de junio entre 13.834 padres de niños de tres a 18 años que se habían recuperado del COVID-19, y les preguntó si sus hijos tenían síntomas persistentes, incluidos problemas respiratorios, letargo y pérdida del olfato y el gusto.

El ministerio dijo que el 11,2% de los niños tuvo algunos síntomas después de la recuperación. Y observaron que la cifra se redujo a entre 1,8% y 4,6% a los seis meses de una enfermedad aguda.

Según relevaron, los niños mayores sufrieron más.

Las estimaciones de la duración de la enfermedad en los niños varían enormemente. Los investigadores dicen que precisar esto es crucial, porque las decisiones sobre el cierre de escuelas y el lanzamiento de vacunas pueden depender del riesgo que representa el virus para los niños. Obtener cifras sólidas es “muy, muy importante”, dice Pia Hardelid, epidemióloga de salud infantil en el University College London.

El pediatra Danilo Buonsenso, del Hospital Universitario Gemelli de Roma, dirigió el primer intento de cuantificar el COVID prolongado en niños.

Junto a sus colegas entrevistaron a 129 niños de entre 6 y 16 años, a quienes se les había diagnosticado COVID-19 entre marzo y noviembre de 2020. En su investigación informaron que más de un tercio tenía uno o dos síntomas persistentes cuatro meses o más después de la infección, y otro cuarto tenía tres o más síntomas.

“El insomnio, la fatiga, el dolor muscular y las quejas persistentes parecidas al resfriado eran comunes, un patrón similar al observado en adultos con COVID prolongado.

Incluso los niños que habían tenido síntomas iniciales leves, o estaban asintomáticos, no se salvaron de estos efectos duraderos”, dice Buonsenso.

Los hallazgos publicados provocaron una avalancha de correos electrónicos y llamadas de padres ansiosos.

“Fue como si abriéramos la puerta y todos, en su mayoría los mismos padres, comenzaran a considerar nuevas preguntas sobre las dolencias de sus hijos”, dijo. El hospital ahora tiene una clínica ambulatoria semanal para satisfacer esa demanda.

Las cifras informadas no son tan altas como las de los adultos. Los datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido (ONS), por ejemplo, muestran que alrededor del 25% de las personas de 35 a 69 años tenían síntomas a las cinco semanas.

Pero los números de todos modos hicieron sonar las alarmas, sobre la base de la premisa de que el COVID-19 severo en los niños es mucho más raro que en los adultos y, por lo tanto, se asumió que la mayoría de los niños se librarían de los impactos del COVID prolongado.


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