El Ministerio de Salud Pública (MSP) de Uruguay le dijo “adiós” al seguimiento del hilo epidemiológico del Covid-19. La estrategia del rastreo exhaustivo de los contactos de quienes dan positivo al test del nuevo coronavirus -y que el país tuvo como bandera durante más de un año- ahora quedó acotada solo a los “grandes brotes” o aquellos que se desencadenan en cárceles, geriátricos y otros espacios sensibles.

El sistema de tetris (testeo, rastreo y aislamiento) había funcionado con relativo éxito hasta diciembre y, con altibajos, estuvo en pie hasta mediados de marzo. Pero la alta transmisión comunitaria del virus hizo que la autoridad sanitaria diera un giro a la estrategia de vigilancia. Y los números así lo reflejan.

El MSP había publicado un informe epidemiológico que daba cuenta que al 10 de abril Uruguay registraba un acumulado de 141.380 casos positivos del Covid-19. En el 47% de esos casos se desconocía cómo contrajeron la infección (ya sea porque no había indicios del nexo epidemiológico o porque no se había investigado el caso). La actualización de datos, diez días después, muestra que los positivos acumulados ascendieron a 167.033 y el desconocimiento del hilo epidemiológico se elevó al 55% de los casos.

Es decir: en esos último diez días, hubo 25.653 positivos nuevos y en el 99% de ellos no hay información sobre cómo se contrajo el virus.¿Cómo es posible? Fuentes de la cartera sanitaria explicaron a El País que “por más contratación de nuevos rastreadores, la vigilancia caso a caso se hace insostenible y se adoptó la estrategia que siguen los países con alta transmisión comunitaria”. De hecho, algunos rastreadores de Montevideo viajaron al interior para seguir brotes puntuales y abandonaron su vieja práctica de llamar uno por uno a los positivos y armar el racimo de contactos.

El biólogo Matías Arim -uno de los pocos uruguayos con un posdoctorado en dinámica de poblaciones y estudio de epidemias- considera que “la renuncia al rastreo, por más saturación, es un error estratégico grave”. ¿Por qué? “Es una manera de dejar que la enfermedad se despliegue en su máxima expresión, en lugar de contener una parte por más mínima que sea”.

Uruguay es uno de los países de la región con mayor capacidad de testeo. Según la información divulgada por la Cátedra de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de la República, con cifras actualizadas al 17 de abril, Uruguay había realizado 462.300 por cada millón de habitantes, solo menos que Chile y Panamá.

“Esa enorme capacidad de testeo, si se combina con el rastreo permite ir frenando lentamente la epidemia. Sin embargo, el testo por sí solo apenas sirve para diagnosticar el caso puntual y tener cierta predicción de cuánta población ingresará al CTI y cuántos muertos habrá”, explica Arim.

Insistencia

El grupo de científicos que asesora al gobierno (GACH) había insistido con que era necesario descender el nivel de infecciones para que no superen, en promedio, los 200 casos positivos por día. Ese era el umbral en el cual el GACH entendía que la epidemia estaría bajo control, con la transmisión comunitaria en un segundo nivel de riesgo (hoy está en el cuarto en la escala de la Organización Mundial de la Salud) y con la estrategia de tetris.

El MSP, en cambio, ha podido mantener cierto nivel de rastreo hasta cifras superiores a los 200 casos diarios, en especial tras la incorporación del seguimiento tecnológico cuyos formularios los completa el propio usuario.

Hubo países que ni siquiera intentaron la estrategia de contención del virus mediante el testeo, rastreo y aislamiento. De hecho, en la literatura epidemiológica internacional existe una discusión sobre si Covid-19 es contenible. La gripe es un ejemplo usado en este debate: salvo cuando uno enferma de ella en su casa, ¿quién sabe si se agarró la gripe en el ómnibus o en el cumpleaños de su tía?

Cuando la pandemia recién se había instalado, en el MSP tenían claro que los viajeros tenían más chances de haberse infectado que los lugareños. Los médicos, por su alta exposición, tenían más posibilidades de contagiarse que un trabajador de la construcción. Y un preso, en una celda hacinada, estaba más expuesto que un peón rural en el medio del campo. Cuando la transmisión comunitaria se eleva mucho, en cambio, las chances de infectarse son más homogéneas y se hace menos factible la posibilidad de contención.

En ese sentido, las chances actuales de conocer que uno se contagió en el espacio de trabajo y no en un ómnibus son muy reducidas. Así como también se hace más difícil detectar que son positivos quienes van a trabajar y son asintomáticos.

La empresa finlandesa UPM realiza testeos de control a los cerca de 3000 trabajadores que están construyendo y operando en la nueva fábrica de celulosa. Son diarios y aleatorios. Gracias a esa estrategia y la magnitud de su personal, los análisis sirven como una minimuestra de lo que podría estar aconteciendo en la población en general. Cuando los obreros retomaron las labores tras la semana de Turismo, la compañía testeó a todo su personal y detectó 23 casos positivos. Cualquiera de ellos era asintomático y hubiesen pasado desapercibido sin ese filtro.

UPM tiene hoy 88 funcionarios que están transitando la infección del Covid-19. Muchos de ellos habían tenido síntomas previos y así fueron diagnosticados. Pero hubo 30 casos que supieron del contagio por los test que se realizan en el acceso a la planta de celulosa y cuyos resultados se conocen 95 minutos después. Cualquiera de ellos no se hubiese enterado y ese es un reflejo del alto nivel de transmisión comunitaria. Todos los departamentos de Uruguay están en zona roja, el nivel de más riesgo epidemiológico en la escala de la Universidad de Harvard.

El pasado marzo, cuando la epidemia entró en el nivel máximo de transmisión comunitaria, la cantidad de nuevos infectados con el Covid-19 aumentó un 80%. Fue tal ese crecimiento que el Ministerio de Salud Pública ordenó, a finales de ese mes, un cambio de testeo: sustituir el uso de los exámenes de PCR por los de antígenos.

El costo de estos nuevos test es más bajo, pero, sobre todo, frente al aumento de prevalencia del virus en la comunidad es mejor el valor predictivo de este tipo de pruebas cuyos resultados se conocen en 40 minutos (son similares a los test de embarazo, aunque se realizan con un hisopado previo). La apuesta, sin embargo, no ha logrado afianzarse del todo. Según datos del MSP a los que accedió El País, en la última semana se realizaron 114.399 test en laboratorios uruguayos y solo el 28% habían sido de antígenos.

Eso sí: cuando se analiza los resultados que dieron positivo en las pruebas de diagnóstico, la relación se mantiene (de los 23.215 casos positivos de la última semana, el 29% se diagnosticaron con antígenos).

El dato no es menor si se tiene en cuenta que la sensibilidad del test para los casos asintomáticos ronda el 50%. Esa baja sensibilidad hizo que el ministerio cambiara esta semana, por sugerencia de la Cátedra de Enfermedades Infecciosas, el tiempo de cuarentena entre aquellos convivientes que dan negativo a los primeros testeos.

Todo conviviente de un caso positivo confirmado se tiene que realizar, lo más pronto posible, un test de antígenos. Si el resultado es positivo sigue los mismos pasos que cualquier confirmado (aislamiento por diez o más días según la evolución clínica).

Si el resultado es negativo, queda en cuarentena y tiene que volver a realizarse otro test de antígenos entre el quinto y séptimo día luego de la última exposición. Si vuelve a dar negativo, el clínico tratante podrá considerar necesario realizar una prueba por PCR y entonces permanecerá en cuarentena. Previo a esta modificación, tras un segundo test negativo de antígenos el conviviente quedaba “liberado”.


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