Las lágrimas de Efraín y su abuelo Abel emocionaron a todos hace un año a través de una foto que se hizo viral. Fue cuando el nene recibió un diploma y se convertía en el primero de su familia en terminar la escuela primaria. Durante siete años caminó todos los días seis kilómetros junto a su abuelo. Hoy, la historia es otra.

Los protagonistas de la foto no se habían dado cuenta de que alguien estaba capturando ese momento. Ahí estaban, abuelo y nieto, tapándose los ojos con una mano para ocultar sus lágrimas. El nene, con guardapolvo blanco, sosteniendo su diploma de honor. Al lado, el director de la escuela, regalándole un abrazo redondo. La imagen se viralizó y conmovió a todos incluso antes de que se supieran los motivos de ese llanto compartido. Ocurrió hace un año.

Eran Efraín y su abuelo Ángel, vecinos de Pampa Chica, un pueblito perdido en el campo, a más de 200 kilómetros de Resistencia. Y entonces también se supo el significado de esas lágrimas. Efraín, un chico Qom, caminaba todos los días seis kilómetros junto a su abuelo Ángel para llegar a la Escuela rural N° 239 y lloraba porque se estaba transformando en el primero de su familia en terminar la primaria. Y lloraba también por agradecimiento a ese hombre que lo guió a pie rumbo a la escuela durante 7 años. Pero eso, como ya se dijo, fue hace un año.

Hoy la historia es otra. Y los roles se invirtieron. Efraín -un nombre de origen hebreo que significa fructífero, provechoso- es ahora quien ayuda a su abuelo: le está enseñando a leer.

Aquella foto tomada hace un año llevó a Efraín y a los suyos a tener experiencias que no habían imaginado ni en los mejores sueños de las noches oscuras y estrelladas de Pampa Chica. Gracias a su difusión, abuelo y nieto se subieron por primera vez a un avión, conocieron Buenos Aires, se emocionaron al pisar la cancha de River y hasta se encontraron con el presidente Macri. El viaje duró unos pocos días pero según Efraín esa experiencia lo acompañará para siempre.

De vuelta en su pueblo, prometió seguir con sus estudios. Y cumplió. Está por terminar el primer año del secundario y en su tiempo libre le enseña las letras a su mejor compañero.

“Mi abuelo sabe firmar pero no sabía leer su nombre, estoy ayudándolo para que aprenda a juntar las letras”, comparte el chico, que tiene claro que Ángel está muy orgulloso de verlo crecer y avanzar en la escuela: “Él me dice siempre que no abandone el colegio. Que tengo que seguir por mi futuro, para conseguir un buen trabajo. Le estoy haciendo caso”.

Efraín había sospechado que algo raro estaba ocurriendo cuando en diciembre del año pasado empezaron a llamarlo de Buenos Aires. Sin tele ni computadora, él todavía no había visto la foto del llanto. Y apenas podía responder con monosílabos desde un celular que perdía la señal en el medio del campo: “yo”, “sí”, “no”.

Fue su tío Sergio quien entonces salió a contarles a los periodistas de Buenos Aires que detrás de la emoción de Efraín por el cierre de una etapa, la primaria, estaba el temor por las dificultades que presentaba la siguiente. “La escuela secundaria queda todavía más lejos que la primaria, no va a poder ir caminando. Necesitamos una bicicleta”, le había dicho a Clarín.

La respuesta de los lectores fue inmediata: al día siguiente llegaron a este diario decenas de mails de interesadas en donar una bicicleta para Efraín. También llamaron a la Redacción lectores desde el exterior con intenciones de ayudar “al nene de la foto”. Y varios famosos se sumaron a la cruzada solidaria.

Llevar las donaciones hasta Pampa Chica no fue una tarea fácil, pero finalmente la ayuda fue llegando. Y no fue solo para Efraín.

En ese pueblo, donde el sol lastima a la hora de la siesta, los chicos recibieron útiles, libros y bicicletas. “Ahora todos tenemos una. Mi bici es gris, chiquita. Un pedal está flojo, lo tengo que arreglar. Pero el resto funciona bien. Voy solo pero vuelvo pedaleando a las 12 con mis amigos Marcelo, David y Lisardo”, dice el Efraín.

Pero si bien Pampa Chica recibió con sorpresa y alegría las donaciones, no fueron suficientes para cambiar su realidad. Les sigue faltando de todo, desde agua corriente hasta caminos que no se inunden, advierte Sergio. Además, dice, casi no hay trabajo formal y la comida es poca.

Efraín se levanta cuando el día todavía es un proyecto. Puntual, a las 5 de la mañana. “A veces desayuno algo, otras me lavo los dientes y salgo directo porque a las 9 me dan un sándwich en la escuela”. Pedalea media hora con el amanecer de fondo, entre un tramo de tierra, otra de asfalto y vuelta a la tierra. Cuando llueve todo se complica más. “Ya me pasó de terminar completamente embarrado”, comenta, como quien maldice.

Pero enseguida dice que le está yendo muy bien en la escuela: “Parece que apruebo todo. Sólo me queda entregar un trabajo de Geografía”. Y asegura que si tuviera que elegir se queda con Biología como asignatura preferida. “La secundaria me gusta, es diferente. Ahora tengo más materias. En un mismo día -agrega-, entran y salen del aula varios profesores”.


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