Por Claudia Panzardi(*)

Luego de un debate que trascendió en su importancia ampliamente al Congreso Nacional y que involucró a la gran mayoría de argentinos y argentinas, nos queda el sinsabor de reconocer que dividió aún más a nuestro país. Por el nivel de tensión que se generó, lejos estuvo de enriquecer el diálogo o el respeto por la opinión del otro, agrandó la famosa “grieta”, en un contexto de demanda social creciente por falta de trabajo, licuación de salarios, inflación y tarifazos, iniquidad e injusticia social.

Tampoco trajo resultados superadores, ya que el proyecto de Ley original no tuvo modificaciones sustanciales y el aborto seguirá existiendo, legal para los casos previstos en la normativa vigente e ilegal o clandestino para la gran mayoría de mujeres que lo decidan practicar.

Lamentablemente no se hizo foco en las causales que llevan a tantas mujeres a tomar esa terrible decisión, ya que abortar es un drama para la mayoría de ellas y sobre todo para las mujeres pobres que realizan enormes sacrificios para criar a sus hijos y que tenerlos es su mayor felicidad. Pero que muchas veces se ven obligadas ante las circunstancias y necesidades que enfrentan producto de un Estado que no les garantiza oportunidades e igualdad. Contienda de colores.

El esperado debate por la legalización del aborto lejos de ser superador y servir como planteo para unirnos en la necesidad de resolver sus causales o al menos encaminarnos a ello, se convirtió en una contienda de “colores”, propicia para distraer la atención de una situación económica que nos afecta y que la terminan pagando los más humildes de nuestra Patria. Fue, además, aprovechado al más alto nivel para dirimir diferencias con la Iglesia, de la que descontaban su oposición y no faltaron quienes lo sintieron oportuno para intentar captar la empatía de sectores que les eran adversos políticamente en pos de enmendar viejas deudas de pronto reconocidas.

En el medio, quedaron aquellas organizaciones sociales, colectivos de mujeres, sectores sindicales y otros que luchan incansablemente, todos los días, por la reivindicación de los derechos de las mujeres y amparan a muchísimas de ellas en situación de vulnerabilidad social en nuestro país. Me consta y lo reconozco, es por ello que sostengo que la legalización del aborto no puede ser la solución, no sin antes dar un sincero y verdadero debate ya que vulnera el primer derecho humano que es el derecho a la vida, que debe ser inviolable, como todo derecho humano y que su aplicabilidad no puede quedar supeditada a “clasificar” a los niños por nacer en deseados o indeseados.

Esta visión no tiene que ver con el dogma cristiano, no opongo al Espíritu Santo en esto, apelo a la cuestión humanista, a la convicción racional respaldada en la ciencia y el derecho. No juzgo ni pido que lleven presas a las mujeres que aborten, tampoco lo hacen las distintas iglesias, a las que no podemos negar su importante rol social y el derecho a opinar, reconociendo además que su influencia concreta es, al menos, escasa y su “poder” limitado.

Ejemplos sobran: se reconocieron muchos derechos en los últimos años a los que las iglesias se oponían fervientemente y sin embargo no fueron tenidas en cuenta. Sin ir más lejos, en Diputados esta iniciativa de legalizar el aborto fue aprobada sin problemas, aún con la férrea oposición de las iglesias.

El desafío

Asisto con impotencia a la realidad de que los abortos seguirán existiendo y que este debate no sirvió para prevenirlos. Porque el verdadero desafío es que el Estado cumpla su rol, que implemente educación sexual integral, que administre en tiempo y forma distintos métodos anticonceptivos gratuitos, que realice campañas de concientización no solo sobre embarazos no deseados sino también en la prevención de múltiples enfermedades de transmisión sexual como el HIV, Sífilis, HPV, etc.; leyes que agilicen los trámites de adopción.

Reconocer las causas que derivan en abortos y trabajar sobre ellas para que las mujeres y sus bebés no mueran, pero además, para que evitemos también la muerte de muchísimas más mujeres que fallecen por otras causas que están reconocidas como de mayor incidencia que el aborto, muertes por desnutrición, diabetes, enfermedades cardiopulmonares y oncológicas entre otras. El saldo del debate por la legalización del aborto nos dejó una grieta aún mayor, desnudó las falencias de un Estado ausente en muchos casos y que ni siquiera tiene los medios para garantizar la aplicabilidad de la Ley si se hubiera sancionado. Debemos entender que aquí no hubo ni vencedores ni vencidos y admitir que tenemos una infinidad de deudas con la construcción de una sociedad más justa y equitativa que privilegie el derecho a la vida.

(*) Diputada provincial


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