XVIII DOMINGO DURANTE EL AÑO Ciclo A (02/08/20)

Is 55,1-3; Sal 144, 8-9. 15-18; Rom 8, 35. 37-39; Mt 14, 13-21

I. Pensemos en términos de todos

La imagen de Dios que alimenta a su pueblo es muy recurrente en la Biblia; Isaías, en la primera lectura de hoy, nos presenta esa cualidad: “Así habla el Señor: ¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, (…), tomen vino y leche’”.

Dios sabe de nuestras necesidades y no es indiferente ante el sufrimiento humano, siempre sale al encuentro del que sufre. Porque su amor se expresa con generosidad, no mezquinamente; supera la lógica de la contraprestación, pero sin dejar de lado la promoción de la persona, instándola para que trabaje y procure por sí mismo. En los tiempos que vivimos, estamos llamados a no olvidarnos de los están en dificultades, sobre todo de aquellos que padecen enfermedades o tienen problemas económicos.

Esto nos lleva a valorar la importancia de la colaboración humana en el plan de Dios, la “necesaria” ayuda que nos pide para realizar obras en bien de los demás; ¡a poner de nuestra parte para dar una mano, a no desentendernos de los otros!, porque nuestra asistencia siempre es importante y muy valiosa a los ojos de Dios. Este aspecto, les costaba ver a los discípulos: “Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: ‘Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos’.

Pero Jesús les dijo: ‘No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos’”. Para superar las actitudes autorreferenciales y llegar a pensar en términos de todos, hay que confiar en las capacidades y los recursos con que contamos, pocos o muchos no es lo principal, lo importante es descentrarnos de nuestros intereses y pensar en la ayuda que podríamos brindar.

No podemos dejar de ver en este tiempo donde el sufrimiento se hace sentir en el mundo y muy cerca nuestro, la responsabilidad que nos toca al momento de asistir a muchos que piden ayuda. ¡No dejemos de estar presente con nuestro auxilio!

Pensando en lo que les decía, ¿hemos descubierto con más profundidad la íntima conexión entre la fe en Dios y la solidaridad hacia a los demás?

Esto nos conduce a reflexionar sobre la resonancia eucarística en el último texto que estamos comentando. Se subraya la unidad entre la dimensión vertical y horizontal del amor, porque seguir el camino de Jesús y amarlo como nos pide, es inseparable de la apertura a la humanidad. El encuentro auténtico con Jesús en la misa nos hace salir de nosotros mismos y nos lleva al encuentro con los demás.

No hay amor a Dios sin amor al prójimo, y no podemos amar bien a los demás sin la presencia de Dios en nuestro corazón. Esta unidad entre culto y compromiso, se expresa apropiadamente cuando llamamos a la Eucaristía con la palabra “ágape”, es decir, comida fraternal en torno a Jesús, destinada a estrechar los lazos fraternos para que nadie pase necesidad.

En cada Eucaristía que celebramos, ¿crecemos en nuestra capacidad de unirnos con todos, especialmente con los enfermos, los pobres y los que están angustiados?

II. Una fe comprometida, en clave de esperanza

Para concretar lo anterior, les propongo algunos puntos en orden a renovar nuestra experiencia de fe, para que sea más fraterna, solidaria y “en salida”.

· Reconocer y valorar el compromiso de los demás

Es importante destacar el esfuerzo de muchos que viven la experiencia de un amor comprometido. Tengamos presente a quienes asisten a los enfermos y a los más pobres, llevando consuelo, sanación y auxilio; también, a los misioneros que anuncian la Buena Noticia de manera perseverante y con esperanza.

¡Es muy importante saber alentarnos en el camino de un amor responsable!, y sobre todo hoy, con tantas necesidades y urgencias a nuestro alrededor.

· Superar el escepticismo que no nos paraliza

La experiencia auténtica del amor es expansiva y siempre abre nuevos horizontes, conduce a no dejarnos vencer por el mal, sino a apoyarnos en lo positivo, en las capacidades y en la ayuda de Dios, para superar aquello que destruye las buenas iniciativas. Cuando Dios está en nosotros, ¡siempre se nos propone algo por hacer!

No hay nada peor que una persona comience a recorrer el camino del escepticismo, porque lo llevará a una vida pesimista e infecunda. Pensemos en los males que nos aquejan, sobre todo, este virus que ha contaminado el mundo y hace que mucha gente se sienta paralizada, y con mucho miedo. ¡Apoyémonos en el amor auténtico para descubrir nuevas alternativas, para emprender y superar los obstáculos!

· Afirmarnos en la oración y responder a las demandas de hoy

La oración es el medio para recibir constantemente la fuerza de Dios y estar al lado del que pide auxilio. Necesitamos detenernos en la oración, porque la auténtica piedad no reduce la lucha en las urgencias y la atención al necesitado; al contrario, la hace más noble, inteligente y generosa.

· Descubrir la Eucaristía como sustento para el trabajo

Nos queda claro con lo meditado, que Dios nos restablece y robustece, y eso es necesario para seguir adelante. Descubramos más a la Eucaristía como sustento para nuestra marcha. ¡Cuánto nos edifica el testimonio de muchos que encuentran frecuentemente en este sacramento, una energía inmensa para vivir y trabajar!

Esta es una sugerente invitación a recurrir a esa fuente de vida, para multiplicar los servicios en la sociedad en este tiempo de emergencia sanitaria.

¡Confiemos en su eficacia que reconforta y llena de fervor!

Pbro. Alberto Fogar
Párroco Iglesia Catedral
(Resistencia)


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