El Día de la Mujer convoca a reflexionar sobre las múltiples facetas que adopta la discriminación de la mujer respecto al varón. Una particularmente importante se da en el acceso al mercado laboral. Si muchas mujeres pobres que hoy no trabajan pudieran hacerlo la pobreza podría reducirse a la mitad.

Este 8 de marzo se celebró un nuevo Día Internacional de la Mujer. Una jornada en la que se busca enfatizar que se debe seguir trabajando para revertir la discriminación que sufren las mujeres en diferentes ámbitos. Un área muy visible e importante donde se presenta con particular intensidad la discriminación por género es en el mercado de trabajo.

La información sobre el desenvolvimiento de las relaciones laborales es muy contundente. Considerando las personas en edades plenas de trabajar (20 a 59 años de edad), entre los varones el 85% está ocupado, un 5% busca empleo y sólo un 10% está laboralmente inactivo. Entre las mujeres sólo el 60% trabaja, un 5% busca empleo y el 35% está en la inactividad laboral. Si se toma sólo el grupo de los adultos con bajos niveles de educación (secundaria incompleta o inferior) las brechas son más profundas ya que sólo la mitad de las mujeres tiene un empleo.

La alta inactividad laboral entre las mujeres tiene connotaciones económicas y sociales muy negativas que van más allá de la cuestión de género. Una muy importante son los impactos sobre la estructura social. En este sentido, según la encuesta de hogares del INDEC se observa que:

  • Entre los hogares con mujeres adultas de baja educación que no trabajan ni reciben alguna pensión asistencial como ayuda social la pobreza es del 50%.
  • Entre los hogares con mujeres adultas de baja educación que no trabajan, pero reciben alguna pensión asistencial, la pobreza baja a 36%.
  • Entre los hogares con mujeres adultas de baja educación que trabajan, la pobreza se reduce al 28%.

Estos datos muestran que la incidencia de la pobreza es muy sensible a la inserción laboral de la mujer. En los hogares donde la mujer trabaja la pobreza es la mitad que en las familias donde la mujer es laboralmente inactiva. La información también señala que el asistencialismo reduce la pobreza, pero con mucha menos intensidad que el trabajo de la mujer. Dicho de otra manera, la inserción laboral de la mujer es una herramienta muy potente para reducir la pobreza y promover el desarrollo social.

Esto ocurre aun computando el hecho de que las mujeres con bajos niveles de educación se insertan en empleos de baja calidad. El 80% del empleo entre mujeres de baja educación es como asalariadas no registradas, cuentapropistas informales y servicio doméstico. Apenas el 20% consigue un empleo asalariado registrado. Esto explica por qué el mayor empleo femenino reduce, pero no termina de erradicar la pobreza. También sugiere que, si se lograra aumentar la cantidad y mejorar la calidad de los empleos femeninos, el anhelo de eliminar la pobreza es una meta muy alcanzable.

Una masiva generación de empleos femeninos es la vía más eficaz para promover el progreso social. Para ello, se necesita una macroeconomía sana, mejorar la gestión del sistema educativo, revisar las regulaciones laborales que se promovieron para proteger a las mujeres pero lograron el resultado contrario y promover una sexualidad responsable. Un progreso mucho más difícil y lento de lograr, pero que no se debe renunciar, es el cambio cultural que lleve a naturalizar la idea de que las tareas domésticas y especialmente el cuidado de los hijos son actividades y responsabilidades compartidas por igual entre madres y padres. Este cambio cultural es imprescindible que se produzca entre quienes toman las decisiones de gestionar los recursos humanos en el mercado laboral.

Los países avanzados muestran que el desarrollo social viene de la mano de una igualación de la participación laboral de la mujer con el varón. En primer lugar, porque se convierte en una fuente de ingreso adicional dentro del hogar. En segundo, porque el trabajo contribuye a su desarrollo personal e intelectual lo que mejora sustancialmente la calidad en la educación de los hijos y su independencia del varón. En tercer lugar, como corolario de las dos anteriores, porque, al igual que el varón, con su trabajo aporta al crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) del país y a una mejor distribución del ingreso. IDESA


COMPARTIR