I DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo C (02/12/18)

Jer 33, 14-16; Sal 24, 4-5a. 8-10. 14; 1-Tes 3, 12-4, 2; Lc 21, 25-28. 34-36

  1. Con la fuerza atractiva de la esperanza

Al comenzar el tiempo de Adviento vuelve a resonar el llamado para que cuidemos el tesoro de la esperanza, que está en el corazón de todo ser humano. El Evangelio nos anuncia que en medio de dificultades que nos tocan pasar, y algunas muy críticas, no podemos perder la confianza en las promesas del Señor, nos dice: “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.” Cuando la experiencia de la vida está impulsada por el “viento a favor” no pensamos mucho en esa virtud, pero cuando apremian las dificultades y, cuando alcanzar los desafíos se hace “cuesta arriba” y se nos reclama aguante y paciencia, la anhelamos con mucha necesidad. Si no tenemos esperanza, se nos cae la motivación y el compromiso para superar lo que tenemos adelante.

Es muy oportuno hoy meditar este tema, en momentos donde nuestra sociedad vive con cierta zozobra, como consecuencia de los conflictos y temas sin resolver que tenemos. Estamos en medio de una realidad donde las personas viven muy preocupadas por solucionar los problemas presentes, y tensión expectante por lo que podría venir. ¡Qué no nos gane la desesperación y el desaliento!, ¡qué nada nos quite la fuerza para seguir luchando por una sociedad más justa y donde haya más respeto!

Para que la desilusión no nos invada, debemos saber apoyar nuestra vida en Dios, esa actitud nos da seguridad interior para seguir en los momentos difíciles; bien nos expresa esta enseñanza: “La primera de estas grandes notas es estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8, 31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo. A partir de tal solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien (…)” (Gaudete et Exsultate, 122).

Por todo esto, viene bien escuchar con mucha apertura el mensaje de la carta de san Pablo a los Tesalonicenses de hoy, nos dice: “Hermanos: Que el Señor los haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás, semejante al que nosotros tenemos por us­tedes. Que él fortalezca sus corazones en la santidad y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos. Amén.” Es necesario afirmar, lo que nos resguarda de no decaer es afianzar nuestra relación con Dios, viviendo un amor comprometido con los demás; no sólo con los que están más cerca, sino compartiendo esta energía positiva en todos los ambientes para hacer presente esta experiencia.

¿Qué podemos hacer concretamente para no desanimarnos ante las dificultades que nos tocan vivir? Estos tiempos difíciles, ¿nos encerramos en nuestros intereses y nos alejamos de los demás, empobreciendo nuestra capacidad de luchar?

El adviento es tiempo de esperanza, una capacidad que permite esperar más allá de todo lo que nos pasa y nos ayuda a renovar nuestro deseo de trabajar para concretar nuestro proyecto vital. La fe en Dios, siempre va suscitar en nosotros una esperanza activa que nos conduce a una solidaridad operante, para luchar por los desafíos personales y los de los demás. ¡Qué no nos quiten la esperanza!

Dejémonos iluminar y fortalecer por las palabras del Salmo, para recurrir siempre a Dios, nos muestra el sendero seguro y justo, y nos impulsa para que luchemos por nuestros ideales: “El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres.”

  1. “¡Presentes!”, para construir esperanza

El Evangelio de hoy nos advierte sobre aquello que podríamos denominar los espejismos de esperanza, nos expresa: “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, (…)” Nos señala que no podemos dejarnos aturdir por los excesos, las preocupaciones y todo aquello que nos aleja de construcción genuina de un futuro mejor; porque en realidad esas distracciones nos llevan a alejarnos de la auténtica esperanza, con esa actitud, no hay esfuerzo ni compromiso serio, ni conexión con el espíritu positivo que pueda edificar una realidad con base firme y con visión de futuro.

También, esas conductas nos conducen a construir mundo imaginario, a pretender edificarlo sin decisión ni responsabilidad. En este sentido, hoy tenemos muchos vendedores de ilusiones, que hasta tienen recetas mágicas para solucionar los problemas de la vida, algo así como el “¡llame ya!”, y nos prometen una felicidad sin límites e inmediata resolución de todos los problemas; ¡sepamos discernir esas promesas!

Además, hay muchos que están contaminados con lo negativo, que hablan solamente de lo que no está bien, no pueden unirse a propuestas positivas para trabajar juntos porque están adheridos a un tiempo que ya pasó. ¡Y nuestra sociedad tiene bastante de esa carga negativa! ¡Qué difícil es construir un futuro en nuestro país con el peso de quienes, siempre están tratando de romper con lo que nos podría unir a los argentinos, para aportar lo mejor de cada uno!

¿Cómo podríamos cambiar ese espíritu negativo que no nos permite conectarnos con la corriente positiva de la esperanza? Y, ¿cómo escapar de la receta fácil que nos evade de asumir los problemas y evita el esfuerzo personal?

Para que sigamos el camino de una esperanza constructiva, Jesús nos dice: “(…) tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.” No alejándonos de la realidad, evadiéndonos de los compromisos, sino con una presencia activa, que sepa involucrarse y no desfallezca ante las dificultades.

Hoy tenemos la tendencia a tener una participación muy fugaz, a no detenernos ante quien nos requiere, a estar siempre de paso; y lo justificamos porque tenemos muchos compromisos, muchos problemas y exigencias que nos reclaman por todos lados. Pero sabemos, es una actitud huidiza que nos aleja de los necesitados. ¡Cuántas veces no nos detenemos para responder a alguien que nos pide ayuda!, basta caminar por las calles de nuestra Ciudad, para descubrir a esas personas desesperadas por la situación en que están.

Debemos afirmar con todo el énfasis, sólo la presencia activa y comprometida de alguien genera esperanza y esta se promueve, cuando nos hacemos cargo de los desafíos exigentes de la sociedad. No podemos ser un número más; Jesús espera que digamos: “¡Presente!, no esquivo los compromisos”

María, no escapó al compromiso, lo vivió con intensidad y generosidad, ¡qué ella nos ayude a vivirlo en este adviento!

 Pbro.                                                                                                                   Alberto Fogar                                                                                                                 Párroco                                                                                                                     Iglesia Catedral                                                                                                             (Resistencia)


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