Las flotadas en kayak por arroyos encerrados por la jungla, que se prolongan al Iguazú abierto, y el senderismo por varios circuitos de la selva paranaense, con observación e identificación de flora y fauna, son las actividades centrales para el turismo en la Reserva Natural Yacutinga, en el extremo noreste de Misiones y del país.
La selva subtropical es conservada en una alta expresión de pureza en ese espacio ubicado entre Comandante Andresito y el río Iguazú, vecina a dos comunidades guaraníes y que junto a parques nacionales de Argentina, Brasil y Paraguay conforma el Corredor Verde de la Selva Paranaense.
Este espacio establecido como reserva natural por iniciativa privada a fines de los 90 acomoda sus 560 hectáreas entre las 60 mil del Parque Nacional Iguazú brasileño -río por medio- y las 18.000 del argentino, al oeste, hasta otras extensas superficies protegidas allende la frontera en Paraguay.
Pese a su modesta superficie en comparación con las áreas fiscales mencionadas, Yacutinga cumple la función ambiental de no dejar brechas sin protección entre esas reservas, lo que garantiza la continuidad en el espacio de la vida natural.
Los servicios turísticos que ofrece son aún más sustentables que los de las áreas de visita de los grandes parques Iguazú brasileño y argentino, debido en gran medida a que su limitada capacidad no permite actividades masivas que puedan alterar el ambiente.
A diferencia de esos importantes centros del turismo, en Yacutinga el ambiente llama a la calma en cualquiera de las actividades, ya sea canotaje, trekking, identificación de insectos nocturna o, más aún, las sesiones de yoga que se ofrecen a los huéspedes que alberga en sus 16 cabañas.
De los trekkings en que participó Télam, el primero no fue de los más silenciosos, por lo que la observación se ajustó sólo a la particular flora del lugar, ya que los animales escapaban antes de llegar a ellos, al oir al vociferante grupo que se acercaba.
Tras una tormenta nocturna, el sendero de tierra colorada estaba cubierto por más hojas de lo habitual y se podía hablar de un trekking literalmente "blando", sobre un colchón natural en medio de la jungla cerrada.
La altísima humedad resultaba sofocante cuando comenzó a subir la temperatura pese a que el fuerte sol difícilmente tocaba el suelo bajo el techo que conforman los "emergentes", árboles de más de 30 metros de altura, como el guatambú, el incienso, el pindó y el emblemático palo rosa, entre otros.
Más abajo, al alcance de la mano, el guía Saúl Antúnez Almeida, baqueano de la selva, mostraba algunas curiosidades, como una liana que en realidad es raíz de filodendro, que los guaraníes llama "weimbé" y utilizan para hacer canastos y otras artesanías.
Lo que parecía una rama delgada en la maraña del sotobosque, era un caña que llaman "pitinga", fina como un sorbete y que se la usa como tal para beber agua potable tras hacer un corte en el tronco de una "ortiga grande".
Otra liana que colgaba retorcida entre las ramas, también brindaba agua potable, pero que caía de a gotas luego que Antúnez la cortara de un golpe con el machete que siempre lleva colgado de su cintura, para dejarla a la altura de la boca.
Luego mostró el "árbol extrangulador" o "matapalo", que envuelve los troncos de otras especies y las va consumiendo en un largo proceso, y como ejemplo señaló un incienso de unos 35 metros de altura víctima de este parásito gigante, que supone llevó unos 150 años en cubrirlo y consumir su energía.
Del mismo árbol virtualmente muerto colgaban numerosas lianas más finas que las anteriore, pero suficientemente resistentes para soportar el peso de un adulto, y Funes invitó a los visitantes a hacer la "experiencia Tarzán", aunque sin trasladarse de un árbol a otro.
Más tarde, otro paseo por un sendero similar, aunque más silencioso, fue ideal para observar la fauna y ver grupos de monos carayá o aulladores y también los caí, algo más pequeños, que pasaban entre las copas y observaban desde lo alto a los humanos mientras comían frutos y se comunicaban a los gritos.
También se podía oír el gran concierto de cientos de aves autóctonas y observar algunas de las más coloridas y comunes en la zona, como tucanes, urracas, boyeros y colibríes, pero también otras de difícil avistaje.
Entre éstas, un arapazú, que anda siempre detrás de los monos y al que Antúnez atrajo al imitar su silbido, pero el pájaro cuya presencia inusual sorprendió hasta al guía fue un carpintero de cabeza amarilla, al que se pudo ubicar por su martilleo en un tronco, gracias al silencio del grupo.
Este carpintero es tan difícil de avistar como la yacutinga, una pava de monte en riesgo de extinción, de la cual tomó el nombre esta reserva creada para la preservación de la selva subtropical misionera.
Luego de conocer varios tipos de hojas de efectos curativos, para dolores musculares, heridas, picaduras, mal de garganta, problemas digestivos y otros problemas de salud, enseñó algunos hongos comestibles y venenosos y bajó un fruto de mamón, con el que luego harían dulce en la cocina.
También identificó algunas de los 86 tipos de orquídeas del lugar -varias terrestres y la mayoría epífitas- varios tipos de insectos, como orugas, hormigas, arañas, infinidad de mariposa y otros que descubría bajo troncos caídos y ramas que movía con su machete.
El viaje concluyó con una remada en kayaks dobles por el arroyo San Francisco, dentro de la Reserva, para salir luego al sol y al río abierto Iguazú y bordear su costa hasta llegar a un embarcadero donde finalizó el paseo.


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